martes, 16 de noviembre de 2010

La mentira original: Que ves cuando me ves? Cuando la mentira es la verdad



Intersecciones entre cine y ontología del lenguaje
Título original: The Invention of Lying
Dir y Guión: Ricky Gervais , Mathew Robinson
Reparto: Ricky Gervais, Jennifer Garner, Rob Lowe, Tina Fey.
EE.UU, 2009. En Argentina , directo a DVD, 2010.


Chris Argyris, profesor emérito en las universidades de Yale y Harvard, dedicó su vida a estudiar el comportamiento en las organizaciones, y encontró muchas cosas interesantes. Por ejemplo, que los seres humanos tendemos a generar conductas que dejen a salvo nuestra imagen pública, que no hieran a los otros (por temor al conflicto), o que nos libren de juicios ajenos que no queremos oir. Llamó a esas conductas “rutinas del callar”, porque nos hacen decir sólo una parte de lo que pensamos, mientras filtramos todo el resto, que va intoxicando nuestros pensamientos y emociones. Sobre la eliminación de esta diferencia entre lo que decimos y lo que pensamos pero no decimos, es sobre lo que los guionistas de The Invention of Lying trabajaron .
En una lógica que me recuerda a la de Saramago, cuando invierte una ley en el mundo y se dedica a llevar al límite el “qué pasaría si…” (nadie muriera, por ejemplo), en el universo de “La Mentira Original” no existen la mentira ni la verdad. No se trata –como leí en las críticas- de que la gente no pueda mentir, de que no exista la mentira. Eso sería sólo una mitad del asunto. En nuestro mundo polar, las distinciones vienen de a pares, es imposible hablar de belleza sin tener a la vez el concepto de lo feo, o de bondad sin maldad, o de alto sin bajo, etc. Una de las cuestiones que a mi juicio hace más interesante la película es precisamente que los habitantes de este mundo extraño no tienen la díada entera mentira-verdad, no tienen la distinción y por ende carecen de las palabras que le dan nombre al concepto. Cuando el personaje de Mark, en un momento dado, adquiere la capacidad de mentir, no sabe cómo explicar a sus semejantes lo que hace. Le escuchamos una frase que parece cortada: Dice “digo cosas que…no son”, en lugar de decir "digo cosas que no son verdad".
Pero ni siquiera eso es todo el asunto. En ese mundo extraño, las personas tampoco parecen poder callar ninguno de sus pensamientos, y sueltan sin filtros todo lo que les viene a la cabeza. La película parece dejar en evidencia que mentir es distinto de callar, aunque aquí ninguno pueda hacer ninguna de las dos acciones.

La cuestión es como sigue: Mark es un perdedor. Cuando la película empieza lo vemos yendo a buscar a su cita a ciegas, Anna, pero ella le dice abiertamente al verlo que está desilusionada y más adelante, le aclara que no quiere tener ninguna relación con él porque no le gusta su cara y porque es bajo y gordito, y porque tampoco tiene dinero. Ella le dice que quiere hijos “genéticamente compatibles”. Para peor, todos saben (y él también) que al día siguiente lo van a echar de su trabajo. El mozo que los atiende les dice “buen día, odio trabajar acá, qué se van a servir?” . Mark es guionista de cine documental –el único cine posible donde no existe la ficción, que es por definición la narración de algo que no existe-. Los guiones de Mark sobre el siglo XIII son los más aburridos de todos, y por eso lo van a despedir. Su madre está en un geriátrico, rodeada de otros viejos llenos de miedo y de tristeza.

En ese punto, Mark va al banco y su saldo no le alcanza para pagar el alquiler. Está a punto de quedar en la calle. Entonces algo cambia en su cerebro, una posibilidad casi evolutiva se abre, y de pronto, le dice a la cajera que tiene en su cuenta un monto mayor al que sabe que tiene. Por supuesto, la cajera le cree a él y no a la computadora, y se lo da. Y aquí empieza el gran descubrimiento. ¿De qué es capaz Mark gracias a esta nueva habilidad que ha descubierto, y que no entiende muy bien ni tampoco puede siquiera explicar a los demás? ¿Quiere explicarlo? Su confusión es metafísica, no ética. La libertad está bastante restringida en un mundo donde nadie puede callar lo que le dicta su cerebro. Los seres que pueblan ese mundo no sólo no pueden mentir, tampoco tienen dominio sobre sus pensamientos: Estos simplemente “les pasan”. Eso parecería quitarles grados de libertad. También traducen al lenguaje todo el tiempo sus emociones (la recepcionista del restaurante le dice a Anna al recibirla “me siento amenazada por Ud.”). Ese patrón de comportamiento los hace aparecer un poco maquinales, fríos. No parecen inmutarse al recibir los juicios más terribles de cualquier persona. Nuestro personaje, Mark, escucha todo lo que le dicen con una parsimonia y una aceptación que recuerda al personaje de “Un hombre serio”.

El tono de la película es de comedia, al menos al principio. Los primeros diez minutos retratando un mundo así, las relaciones entre vecinos, entre amigos, las publicidades, el mundo del trabajo, resultan de por sí muy entretenidas. Pero luego aparece un costado filosófico muy fuerte: Es un lugar donde la confianza gobierna cien por cien, la palabra es reina, nadie la pone en duda… ¿por qué habrían de hacerlo? Claro, ni siquiera existe el concepto de confianza, nuevamente, porque no existe la desconfianza. ¿Acaso no es esto de lo que nos quejamos todo el tiempo? ¿De que la palabra no vale nada, de que nadie confía en nadie? Pues bien, veamos como trabaja esta hipótesis (con algunos otros supuestos) Ricky Gervais.

El ego de cualquiera de nosotros puede resultar devastado con la décima parte de lo que Mark escucha. La mayoría de las veces operamos como si los juicios ajenos fueran verdades irrefutables, y por eso nos duelen tanto. No advertimos que sólo son lo que está en el cerebro del otro, y no “la Verdad”. Y como las “verdades ajenas” nos duelen tanto, inferimos que las nuestras también van a doler al otro, y empezamos a callar. Esto es precisamente lo que no ocurre en “The Invention of Lying”. Aquí las declaraciones tienen un poder aún más grande, porque nadie piensa que el otro pueda estar mintiendo al decirlas. No sabemos si es que tienen perfectamente claro que lo que cada uno dice es sólo una opinión y no “la verdad” (Mark parece saberlo), o si por el contrario, para ellos una opinión (o un juicio) y una afirmación son lo mismo.

Luego de la primera mentira, para salvar su mes de alquiler, Mark lanza la segunda: Su madre está a punto de morir, y tiene mucho miedo. El se compadece, y le dice que en el Más Allá hay pura felicidad, que va a reencontrarse con sus seres queridos, a tener una gran y hermosa mansión y ser feliz por toda la eternidad, en lugar de encontrarse con una eternidad de Nada. Y su madre entonces, se deja ir, feliz y reconfortada. En este punto es donde la película tiene su momento más amargo. Entonces pega un giro y nos ofrece una reflexión sobre la religión, ácida y controvertida. No nos dice que en un mundo donde no se puede mentir, la religión no existe, -como pareciera luego de un análisis a simple vista-, sino que en un mundo donde las palabras sólo expresan afirmaciones respecto del mundo exterior o describen pensamientos o emociones internas, la religión, como sistema de especulaciones sobre los mundos sutiles no visibles, no tiene lugar. Sólo eso. No es un ataque a la religión ni mucho menos. Al contrario. Parece decirnos que sin la esperanza y la fe, todo es más triste y penoso. La escena de la partida de la madre es una escena de las más emocionantes y lacerantes que he presenciado en el cine.

La religión nace cuando Mark debe explicar cómo sabe lo que le dijo a su madre sobre el Mas Allá (conversación que médicos y enfermeras presenciaron), y que otra cosa le dijo “el hombre que vive en el cielo”. Su invención de la religión recuerda bastante el lenguaje subversivo de los Monty Python. Los votos de matrimonio, las tablas de la ley... Esta escena también invita a la reflexión sobre la fuente de legitimidad de las declaraciones que hacemos, y la validez que otorgamos a las que recibimos.

La empatía, el amor, nacen cuando Mark le dice la mentira a su madre, y luego cuando repitiendo la misma fórmula en otro contexto, le dice a su vecino suicida que le gustaría quedarse esa noche viendo una película con él, y así lo hace sentir querido y valioso, y quizás lo salva. Las palabras que crean realidades. Luego, en este brindar amor y esperanza de manera casi conductista, es él quien empieza a sentirse querido y valioso.

Los habitantes de este mundo sin mentiras ni verdades tampoco parecen tener mucha libertad. Están bastante apegados a los fenómenos, no tienen demasiado margen para hacer cosas distintas a las que hacen. Tampoco hay ilusiones, que consisten en creer en algo que no sabemos si ocurrirá. Es un mundo bastante gris, chato y sin relieve. Áspero, aburrido. La ética se muestra cuando Mark hace uso de la reciente libertad adquirida al poder dar un nuevo uso a las palabras, (hacer cosas con palabras) y dice dos veces “no”, en el momento en que, pudiendo elegir entre usar su poder –el que supuestamente deriva del acceso a información privilegiada proveniente de su diálogo con el hombre de arriba- para legitimar su deseo, y casarse con Anna, o no hacerlo y dejarle a ella la libertad de elegirlo, decide esto último. El sabe –ahora tiene la distinción, aunque aún no tenga la palabra- que el amor ganado con la mentira no es tal.

Entonces nace la mirada posmoderna: Mark empieza a ofrecerle a Anna su particular punto de vista sobre las cosas. Sale así del problema de la verdad y la mentira y empieza a hacerle ver a ella que existe algo así como la realidad construida por cada uno, la subjetividad de la mirada por encima de cualquier verdad pretendidamente objetiva. Le dice lo que él ve en ella, que nadie más ve, y así la empieza a ayudar en el cambio de sus propios paradigmas . Su rival, el hombre exitoso y buen mozo pero insoportable (personificado por Rob Lowe) , le dice a ella (no olvidemos que él no puede callar ni mentir) que no pida pollo con su ensalada en la cena, porque debe cuidarse, ya que algún día envejecerá y engordará. Mark por el contrario, le dice que no , que para él no, que para su propia mirada, ella siempre será linda. Ella al principio no entiende muy bien de qué se trata lo que Mark le dice. Lo que escucha de su otro pretendiente le parece totalmente lógico, y entonces le dice a Mark “me confundís”. Y este "me confundís" habla de que no puede entender que haya dos verdades (o sea, dos miradas) sobre una misma cosa sin haber confusión. Pero termina por pedirle le diga qué otras cosas ve en ella. Y ella le dice las que empieza a ver en él. Y asistimos maravillados al cambio de observador más hermoso que se haya retratado en el cine.

La conclusión que yo saqué después de ver este film, es que tener esta capacidad de mentir y de ocultar y de callar, hace más rica la vida, pone más emoción, y le agrega muchísimas de las dimensiones que damos por hechas: la confianza, la ética, el misterio del otro, la seducción, la libertad, la fe, el amor.
Que la mentira hace posible la libertad y el amor? Parecería un contrasentido. Pero es lo interesante de la película, que nos lleva a probar esta arriesgada hipótesis.

Ricky Gervais es el creador de la exitosa serie inglesa “The Office”. Aquí es director, guionista, y actor principal. Toda la película es él, su ternura, su profundidad, su riqueza, su desorientación, su capacidad de expresar ese viaje desde el lugar del fenómeno hacia el lugar de la interpretación. El ángel de Jennifer Garner, va transmutando y acompañando a este personaje, hasta llegar a cuestionar sus propios paradigmas, darlos vuelta, y empezar de nuevo.

Una película hermosa, original, comprometida, cubista, que ofrece varias lecturas, emocionante, graciosa e inteligente. Vale la pena verla.
Al menos , desde mi mirada.

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