martes, 22 de febrero de 2011

“El Ocaso de una vida”: Los 50 de hoy no son como los de antes

Intersecciones entre cine y cine, o el cine habla de sí mismo.

El Ocaso de una Vida
EEUU, 1950.
Título original: Sunset Boulevard
Director: Billy Wilder
Guion: Charles Brackett, Billy Wilder y D.M. Marshman Jr.
Con Gloria Swanson, William Holden y Erich von Stroheim



Esta vez no voy a hablar de películas más o menos recientes. Me voy a remontar a los años 50, y a un clásico de aquellos que poblaban las tardes de sábado de mi infancia en los 70, en las que la televisión todavía era en blanco y negro. El tema es la muerte del cine mudo y como telón de fondo, el paso del tiempo, el “ubi sunt” latino, ese mitema que nos recuerda la fugacidad de la juventud y de la vida.

Billy Wilder dirigió 27 películas en su larga y prolífica vida, muchas de ellas, clásicos que quedaron en la memoria cinéfila de más de tres generaciones: Una Eva y dos Adanes, Testigo de cargo, Piso de Soltero, Irma la Dulce, La comezón del séptimo año, Sabrina, Amor en la tarde, entre otras. Me gusta mucho Billy Wilder, su capacidad de entretener, su clasicismo a la hora de visitar distintos géneros y hacerlo con elegancia en todos ellos. En Sunset Boulevard se acerca al melodrama desde el policial negro. La película abre con una voz en off, la voz del muerto, que flotando en la pileta de una mansión de Hollywood (la de la calle que da el nombre al film) relata su propia historia. Es decir, es un gran flashback narrado en primera persona desde el Más Allá. Lo mismo hicieron años después Belleza Americana, Sexto Sentido y Los Otros. Más recientemente, una película que conjuga muchos de los elementos que aparecen en El ocaso de una vida es El escritor oculto (2010), de Roman Polanski, quien bajo la apariencia de un thriller político, nos cuenta la historia de un joven y desconocido escritor que busca sobrevivir y al aceptar un trabajo como escritor fantasma de una celebridad, se involucra trágicamente en los oscuros secretos de ésta.

Si el foco en “El escritor oculto” es la política y los intereses cruzados entre Gran Bretaña y EEUU., en Sunset Boulevard, es Hollywood. La película es un discurso sobre el cine, en el que aparecen verdaderos próceres del celuloide: Cecil B.de Mille, Gloria Swanson, Erich von Stroheim y Buster Keaton, haciendo de ellos mismos. El primero, como el director que logra adaptarse a la nueva época y pasar del cine mudo al cine sonoro con relativa facilidad, seguir siendo una luminaria en actividad. Eric Von Stronheim, por el contrario, representa la falta de adaptación, la soledad, la ruptura. Así sucedió también en la realidad. Von Stroheim sólo hizo como director dos películas sonoras. Antiguamente había dirigido a Swanson en 1928, en “Queen Kelly”, pero luego de la llegada del sonido, terminó participando sólo en cameos o papeles menores como actor. Gloria Swanson, cubre el rol de la gran actriz que no acepta el paso del tiempo, la estrella que se niega al olvido y lucha a brazo partido por mantener su juventud, su belleza, y su lugar en el escenario. Sólo tiene 50 años (en la realidad tenía 53), pero su drama y su rostro parecen de más. Claro que en la década del 50 esa edad era percibida como mucho más cercana a la vejez que hoy. (Ejemplos: Demi Moore cumple 50 el año próximo, y Andrea Frigerio ya los cumplió: ¿Podrían por ventura, compararse en algo con Norma Desmond?).

El guion habla, a través del personaje del guionista que encarna William Holden, sobre la dificultad este oficio en Hollywood, y el de Sunset Boulevard podría perfectamente ser su propio escrito. El papel de William Holden había sido ofrecido originalmente a Montgomery Clift, pero dos semanas antes de empezar el rodaje, rompió su contrato por estar él mismo atravesando una relación con una actriz madura mucho mayor que él, quien lo instó a declinar el rol. Luego se ofreció a Fred MacMurray, pero éste no quería interpretar a un gigoló. Se pensó entonces en Marlon Brando pero era un actor demasiado desconocido por entonces y no impresionó a Billy Wilder. Se iniciaron luego conversaciones con Gene Kelly, pero la Paramount no quiso contratarlo. Así que finalmente, casi por descarte, se ofreció el papel a William Holden, quien en los años 40 aún no había hecho grandes films. Wilder no estaba muy convencido, pero la relación profesional que comenzó aquí fue fructífera: luego hicieron varias películas juntos y la carrera de Holden despegó a partir de Sunset Boulevard. También se convirtieron en grandes amigos.

En la película, Joe Gillis (William Holden) es un escritor mediocre, que trata de sobrevivir en Hollywood, y a punto de la bancarrota, debe conseguir 350 dólares para que pagar la renta y que no le ejecuten su auto, que es todo lo que tiene. En ese trance, cae por casualidad en la mansión de Sunset Boulevard, donde Norma Desmond, una estrella del cine mudo, vive recluida con su mayordomo Max (Erich von Stroheim), que había sido también el director que la había descubierto en su juventud y además, es su ex marido. Es él, que la sigue amando, quien le hace creer que el mundo no ha cambiado y que sus admiradores aún la reclaman, enviándole diariamente falsas cartas de adhesión. Ella le encarga a Joe que revise un guion que ella misma ha escrito y sueña con encarnar en la pantalla, con la condición de que se mude a la mansión. Allí comienza el sórdido triángulo. Ni Joe ni nosotros sabemos quien es en realidad Max ni adivinamos hasta el final el grado de su obsesión. La historia nos contrapone la vida que Joe podría tener, con amor, amigos y alegría contra la que lo va entrampando, de oscuridad y soledad de a tres, en la medida en que llevado por la ambición, y luego por la lógica de la situación de la que no puede salir, y de la que en el fondo, quizás tampoco quiere (puede que por debilidad, comodidad o autocompasión), se va quedando en la casa y cediendo a los pedidos de Norma, que conserva los gestos de seducción de su juventud, y mucho de su antiguo histrionismo y carisma, bordeando por momentos el grotesco.

Como todo policial negro que se precie, hay una mujer rubia que lleva a la ruina al protagonista, que se ve involucrado casi contra su voluntad en una historia que le es ajena al principio pero termina siendo propia. Hay sexo como vehículo para acceder al dinero o al poder (en este caso es el hombre quien lo usa). Hay clima de pesadilla, interiores asfixiantes, escaleras, claroscuros y voz en off. En este caso la diferencia es que el hombre no es un detective ni alguien tratando de descubrir un secreto, y la mujer no actúa llevada por un plan cerebral y diabólico, sino por su propia emoción. Allí precisamente es donde reside el melodrama. La tragedia acecha desde el principio. La redención es imposible, adivinamos que todo será un empeoramiento gradual de algo que terminará en muerte. Hay traición, hay complejidad narrativa, hay subjetividad en el relato.

Pero a pesar de tanto elemento del noir, “El ocaso de una vida” es un drama. El drama de un amor desencontrado (el del mismo Joe con la joven escritora Betty y también el de Norma consigo misma, con la que ella es y no con la que fue), de otro amor incondicional (el de Max por Norma), el drama del paso del tiempo inexorable, del acecho de la soledad y la locura. Y más allá del cruce de géneros, una película que vuelve sin sentido la pregunta sobre qué cosa convierte a un film en clásico. Al ver Sunset Boulevard, no quedan dudas de que estamos frente a uno de los más grandes clásicos del cine americano. Vale la pena volver a verlo.












jueves, 6 de enero de 2011

Glee: El trazo grueso desbordado

Intersecciones entre cine y música

EE.UU. Serie de TV, Fox, Temporada 1: 2009. Temporada 2: Actualmente en el aire.
Creadores:
Ian Brennan, Brad Falchuk, Ryan Murphy
Reparto: Lea Michele, Jane Lynch, Amber Riley, Kevin McHale, Cory Monteith, Matthew Morrison y otros



Después de la entrada anterior, que intentaba ser un análisis de las causas del furor por las series de televisión en los Estados Unidos (y en el resto del mundo globalizado, por extensión), me meto ahora con una de ellas, “Glee”.

La primera vez que la ví, incentivada por amigos y familiares depositarios de mi confianza en temas cinematográficos, mi pregunta fue “esto es en serio o es irónico?”
No podía encasillar la serie en ninguna de las dos. Para ser en serio, era demasiado naif, y para ser irónica, era demasiado emocionante… Así que decidí dejar la pregunta entre paréntesis y entregarme a su espectáculo, sin etiquetas ni clasificaciones.

Y si, es inclasificable. Es una comedia musical, pero eso no dice mucho porque no lo es a la manera tradicional, sino que redefine el género. No es una película de colegio secundario americano, a pesar de estar ambientada en uno de ellos. Esto porque los conflictos no son sólo los de los alumnos sino también los de algunos de los profesores. Los personajes están dibujados con trazo bien grueso, aparecen delineados dentro de clichés bien conocidos y constituyen una galería de “perdedores” que son objeto de las peores burlas por parte del resto de los compañeros. Esa forma casi de comic con el que están trazados es tan autoconsciente, que se evidencia hasta en el vestuario. Las porristas y la profesora de gimnasia nunca aparecen si no es con sus uniformes. La profesora no se saca el conjunto Adidas ni siquiera en su casa, ni para la audición en el teatro o para la alfombra roja.

La historia nos cuenta los esfuerzos de un profesor de español que además dirige la actividad extracurricular del coro, que en términos americanos no es un coro como lo conocemos aquí (un grupo de gente cantando fijos en unas gradas canciones cultas), sino más bien canciones populares cantadas y bailadas, a la manera de las películas musicales de los años 50, o a la manera de la “Fama” de los 80. Pero allí terminan las semejanzas con estos géneros.

Todos los integrantes encuentran en el coro (“Glee”) una identidad, algo de lo que sentirse parte, y un lugar en el que son reconocidos por algún talento. Lo sé: así contado dan ganas de decir “no, gracias, ahórrenme la pesadilla” de una “lección de vida” donde discapacitados y marginados por la sociedad encuentran por fin en el arte un camino de autorrealización y seguramente, al final, logran el aplauso público y la admiración ajena. Para eso tenemos localmente la excelente película de Leon Gieco (Mundo Alas, Argentina, 2009). Pero no, “Glee” tampoco es eso. Los perdedores no ganan al final la estima del resto de los estudiantes, no ganan tampoco el concurso. A los ojos de los demás, siguen siendo perdedores.

Hay personajes capaces de las peores canalladas, e incapaces de la más mínima ternura o emoción. Hay corrección política y hay argumentaciones disparatadas sobre el sinsentido de alentar esperanzas en chicos que luego no encontrarán afuera lugar para sus sueños. Hay buenos muy buenos. Hay malos muy malos. Hay algunos que oscilan. Hay porristas espías, hay una embarazada que es la presidente del Club del Celibato. Hay un padre muy tosco amante del fútbol que termina defendiendo contra viento y marea el derecho de su hijo a elegir su sexualidad. Hay un futbolista muy popular que canta pero no baila, un oriental que baila como los dioses y una oriental tímida y dark, y un adolescente que se descubre gay y una negra que canta como las negras. Entre los adultos, la galería nos muestra una orientadora vocacional obsesivo-compulsiva, virgen y exquisitamente tierna, que está platónicamente enamorada del director del coro, un entrenador de fútbol enamorado de ella, un director indio cuya única preocupación es distribuir el escaso dinero del presupuesto escolar y que no se conozcan sus aventuras amorosas. Hay una profesora de las porristas obsesionada por los trofeos y por ganar, esposas que simulan embarazos y alumnas que los ocultan. Hay mucho más. Hay algo extraño que hace que así como “Glee” parece etiquetar y clasificar fácilmente a sus personajes, pero después los matiza, en un movimiento de similar dirección y sentido, hace que nosotros como espectadores estemos tentados de clasificar a la serie, pero finalmente nos resulte imposible.

Trata como “Entre los Muros”, (comentada en otro artículo), del tema de la integración o la discriminación del diferente, contextualizado en un colegio secundario. En aquella película (Francia, Dir: Laurent Cantet, 2008) el tono elegido para seguir la historia era mínimo, poco gestual, dejando que la cámara retrate los diálogos en crudo, sin banda sonora siquiera. También allá el ojo del espectador se identifica con la mirada de uno de los profesores, que defiende a los diferentes y encarna dentro de un cuerpo docente cuanto menos heterogéneo, lo políticamente correcto, aunque a veces se equivoque y muestre que también es humano, y que lo impecablemente correcto es imposible. En “Glee”, el tono es exactamente el contrario. Como en la comparación entre la película francesa y “Avatar”, volvemos a estar frente a la mirada de Europa y EE.UU frente a lo mismo. En “Entre los muros”, todo es dicho con la cámara observando a los personajes en su cotidianeidad, siguiéndolos en planos cerrados y casi asfixiantes, sin música. Transmite la asfixia de una situación sin salida. Lo logra. En “Glee” todo es brillo, canción, coreografía, todo está armado, producido para el deleite y puesto para la emoción. Lo logra.

Y lo paradójico es que precisamente lo hace, haciéndonos olvidar las etiquetas, en una actitud genuinamente post-postmoderna. Ya no importa ni siquiera la ironía. Ya podemos nadar en las aguas de la emoción que provoca una canción popular sin sonrojarnos (actitud posmoderna) y sin siquiera preguntarnos desde qué lectura lo estamos viendo. Sólo alegría, entretenimiento genuino, puro disfrute, de los sentidos y del corazón.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cómo “Lost” y el pochoclo están indisolublemente ligados.




Intersecciones entre cine y economía

Advierto que me encanta el pochocho, cuando voy al cine lo compro y me deleita su crunch crunch en la sala (no así su ruido, lo admito), en mi casa frente a la televisión, o aún mientras leo un libro. Las reflexiones que siguen vienen, sin embargo, a cuento de la pregunta que un día me hice: ¿Qué pasaría si los consumidores dejáramos de comprar pochocho en los multicines? ¿toda la lógica del sistema actual se vendría abajo? ¿Sería un acto de rebeldía siglo XXI contra el cine mainstream, contra Hollywood y contra el sistema? Veamos.

El cine como arte (status que fue ganando lentamente desde la década del 60, desplazando al teatro, por ejemplo) se va distanciando cada vez más del cine como vehículo de consumo. Los públicos, los circuitos de producción y distribución y las modalidades de marketing son diferentes en ambos casos. Para el cine como mercancía de consumo, hoy las salas de multicines ofrecen seis o siete películas, las mismas en todas ellas, y casi todas dirigidas a público de mente adolescente. Héroes reciclados de historietas, de leyendas, o de aventuras, sagas de tres, cuatro y hasta siete u ocho películas. El negocio del cine pasó a ser el negocio de los efectos especiales, y éste dio paso luego al actual del 3D. La importancia del guión se minimizó y creció la de dirección de arte, edición y rubros técnicos. Para el cine como arte, quedan películas de bajo presupuesto, europeas o asiáticas, o nacionales, de difícil digestión para almas que, sin deleitarse con velocidad videoclipesca, tampoco gozan tanto con un plano secuencia de una nena mirando un árbol durante 10 minutos o un recorrido cámara en mano por dentro de una villa con jerga tumbera.

El interés del público en las buenas historias sigue existiendo, pero ahora es atendido por el boom de las series en la TV paga. Existe una explicación económica para esta mutación.

En la década del 70, los canales de cable comenzaron a ofrecer contenidos de calidad, sin interrupciones por publicidad, económicamente sustentados en el abono mensual que pagaban los usuarios, lo que les otorgaba un ingreso fijo. Los contenidos eran, en su mayor parte, películas que las empresas de cable contrataban a las productoras majors , con contratos de exclusividad para poner sus films en pantalla chica, apenas unos meses después de su estreno comercial en salas. La televisión complementaba los ingresos de Hollywood. Los videoclubes siguieron resistiendo, ahora para los que no podían o no querían ser esclavos de los horarios que fijaban los canales de cable. Los ingresos por ventas de DVDs terminaban de completar el cuadro de resultados. Había para todos: para las productoras, para las distribuidoras, para los videoclubes, para los dueños de salas, para la TV por cable y para el público.

El sistema funcionó bien por un par de décadas. La gran inversión que requería el tendido de cables, aseguraba además que la competencia no sería salvaje, por cuanto significaba altas barreras de entrada. Pero últimamente esto ha comenzado a modificarse, y lo está haciendo vertiginosamente. ¿Por qué pagar un arancel mensual para ver películas en TV cuando pueden conseguirse más rápido y más barato en cualquier kiosco de diarios o incluso bajarse de Internet?

La solución que encontraron los ejecutivos de HBO fue comenzar a producir ellos mismos los contenidos originales. Había aquí varias ventajas sobre Hollywood: No importa que la película tenga o no tenga rating, puesto que los ingresos no provienen de la publicidad sino del abono fijo (en Argentina esto no es ya así, pero eso es otra historia). Tampoco enfrenta la censura de contenidos (en EEUU existe un comité que restringe contenidos en la TV abierta, no así en la paga), y no necesita gustar a públicos y mercados globales, puesto que la mayor parte de sus ingresos proviene de los hogares norteamericanos. Con este modelo en mente, nacieron series como “Los Soprano” y “Sex and the City”, las más conocidas o recordadas de la primera ola de esta modalidad, que dejó atrás las sitcoms tradicionales como “Friends” y “Seinfeld”, en materia de series. La TV abierta y los canales de cable cuyo modelo de negocio incluye los ingresos por publicidad, debieron adecuarse o morir. Y la calidad de las series en general mejoró.
Hollywood fue en la otra dirección. En la era de los grandes estudios, éstos estrenaban sus películas en unas pocas salas propias, y luego, con la ayuda de la crítica y del “boca en boca”, las pasaban a las salas locales. Para ello no necesitaban de enormes aparatos publicitarios, y una película recuperaba su inversión en bastantes meses.

Hoy en día, las películas insumen un presupuesto varios cientos de veces millonario para su producción, para luego estrenarse a la vez en miles de pequeñas salas, las cuales no son propiedad de los estudios sino de otras cadenas. Estas cadenas se ocupan de lo que saben hacer: Proveer facilidades para estacionar, pochoclo, gaseosas y panchos, y estar en mútliples lugares de acceso conveniente para grandes masas de público dispuesto a ver lo que den. A cambio, los multicines piden a las productoras películas de presupuestos generosos y una campaña de marketing que llene sus complejos cinematográficos el fin de semana siguiente al estreno, de forma que si luego las críticas son adversas o la calidad del film es francamente mala y el boca a boca es negativo, al menos el primer fin de semana (en muchos casos se recauda hasta el 45 % durante éste), salve las papas.

Dado que estas campañas insumen aproximadamente un monto igual a la mitad de lo que cuesta producir la película (cerca de 40 millones para la campaña de marketing, promedio), la condición para que una película efectivamente se filme no son sus méritos intrínsecos, la calidad del guión o del casting, sino la factibilidad de que se pueda construir alrededor de ella una gigantesca campaña publicitaria, en diarios, revistas, TV, vía pública, Internet y hasta en los envoltorios de los alimentos envasados para consumo infantil o familiar.

Los adultos con educación no son inmunes a la publicidad, pero están un poco más curtidos y han generado anticuerpos (la industria del marketing lo sabe, y por eso, apunta cada vez más sus cañones a nuestros hijos, no sólo con el cine). La audiencia que puede ser blanco de semejantes campañas es la de niños, preadolescentes y adolescentes, que también son casualmente, los que tienen mayor propensión a consumir pochoclo y Coca Cola. Es sabido que para los dueños de las salas multicines, el ingreso producido por el estacionamiento, más lo que se consume en gaseosas y golosinas es mucho más importante que el que generan las entradas.
Ahora bien, nada asegura a los estudios que la campaña sea exitosa. Sigue siendo un negocio de riesgo. Y la forma que los estudios han encontrado de mitigar ese riesgo y asegurar campañas exitosas de marketing es realizar películas que ya hayan tenido éxito en llevar esta audiencia a los Cinemark, Hoyts y demás multisalas: Por eso la gran cantidad de títulos con héroes de historieta, las secuelas y precuelas, y las modas (primero los magos, luego los vampiros, ahora la mitología griega, y así vendrán otros en el futuro).

Por otra parte, dado que estas gigantescas campañas llegan a todo el mundo por igual, las películas deben poder llevar audiencias lo más amplias posibles. Eso explica el éxito de las películas para niños y adultos a la vez, (Shrek, Wall-E, ToyStory, etc.), en los que hay gags para ambos públicos, los cruces de géneros y la generación de un gusto promedio. Y no olvidemos el componente de la globalización: Los mismos films deben ser vendidos en EE.UU., Latinoamérica, India, China, Japón, Europa y Rusia. Los conflictos deben ser lo más básicos posibles para poder ser entendidos por públicos culturalmente tan dispares. Por ende, hay que minimizar los diálogos (cuanto más diálogo más dificultad de traducción de sentido) y darle protagonismo a lo visual. Si a este coctel le agregamos un mensaje medianamente ecologista y/o pacifista y/o políticamente correcto, tendremos el producto ideal.

El público adulto y cultivado, deseoso de un producto cultural que le otorgue un poco más de desafío a su espíritu, encuentra entonces mejor refugio en las series de TV, que sí están segmentadas para públicos diferentes, ofrecen guiones inteligentes, diálogos donde reflejarse, emocionalidad profunda y múltiples niveles de lectura, a las que puede ver en la comodidad de su hogar.

Los cines se transforman cada vez más, en lugar de adolescentes. Claro que lo que ellos consumen hoy nos da la idea de lo que serán mañana. Si como adultos no podemos ofrecerles alternativas ni análisis de mayor complejidad que “Lucha de Titanes” en el Cinemark o “lucha de clases” en la Plaza de Mayo o en la facultad, estamos arruinados, como generación y como país.

martes, 16 de noviembre de 2010

La mentira original: Que ves cuando me ves? Cuando la mentira es la verdad



Intersecciones entre cine y ontología del lenguaje
Título original: The Invention of Lying
Dir y Guión: Ricky Gervais , Mathew Robinson
Reparto: Ricky Gervais, Jennifer Garner, Rob Lowe, Tina Fey.
EE.UU, 2009. En Argentina , directo a DVD, 2010.


Chris Argyris, profesor emérito en las universidades de Yale y Harvard, dedicó su vida a estudiar el comportamiento en las organizaciones, y encontró muchas cosas interesantes. Por ejemplo, que los seres humanos tendemos a generar conductas que dejen a salvo nuestra imagen pública, que no hieran a los otros (por temor al conflicto), o que nos libren de juicios ajenos que no queremos oir. Llamó a esas conductas “rutinas del callar”, porque nos hacen decir sólo una parte de lo que pensamos, mientras filtramos todo el resto, que va intoxicando nuestros pensamientos y emociones. Sobre la eliminación de esta diferencia entre lo que decimos y lo que pensamos pero no decimos, es sobre lo que los guionistas de The Invention of Lying trabajaron .
En una lógica que me recuerda a la de Saramago, cuando invierte una ley en el mundo y se dedica a llevar al límite el “qué pasaría si…” (nadie muriera, por ejemplo), en el universo de “La Mentira Original” no existen la mentira ni la verdad. No se trata –como leí en las críticas- de que la gente no pueda mentir, de que no exista la mentira. Eso sería sólo una mitad del asunto. En nuestro mundo polar, las distinciones vienen de a pares, es imposible hablar de belleza sin tener a la vez el concepto de lo feo, o de bondad sin maldad, o de alto sin bajo, etc. Una de las cuestiones que a mi juicio hace más interesante la película es precisamente que los habitantes de este mundo extraño no tienen la díada entera mentira-verdad, no tienen la distinción y por ende carecen de las palabras que le dan nombre al concepto. Cuando el personaje de Mark, en un momento dado, adquiere la capacidad de mentir, no sabe cómo explicar a sus semejantes lo que hace. Le escuchamos una frase que parece cortada: Dice “digo cosas que…no son”, en lugar de decir "digo cosas que no son verdad".
Pero ni siquiera eso es todo el asunto. En ese mundo extraño, las personas tampoco parecen poder callar ninguno de sus pensamientos, y sueltan sin filtros todo lo que les viene a la cabeza. La película parece dejar en evidencia que mentir es distinto de callar, aunque aquí ninguno pueda hacer ninguna de las dos acciones.

La cuestión es como sigue: Mark es un perdedor. Cuando la película empieza lo vemos yendo a buscar a su cita a ciegas, Anna, pero ella le dice abiertamente al verlo que está desilusionada y más adelante, le aclara que no quiere tener ninguna relación con él porque no le gusta su cara y porque es bajo y gordito, y porque tampoco tiene dinero. Ella le dice que quiere hijos “genéticamente compatibles”. Para peor, todos saben (y él también) que al día siguiente lo van a echar de su trabajo. El mozo que los atiende les dice “buen día, odio trabajar acá, qué se van a servir?” . Mark es guionista de cine documental –el único cine posible donde no existe la ficción, que es por definición la narración de algo que no existe-. Los guiones de Mark sobre el siglo XIII son los más aburridos de todos, y por eso lo van a despedir. Su madre está en un geriátrico, rodeada de otros viejos llenos de miedo y de tristeza.

En ese punto, Mark va al banco y su saldo no le alcanza para pagar el alquiler. Está a punto de quedar en la calle. Entonces algo cambia en su cerebro, una posibilidad casi evolutiva se abre, y de pronto, le dice a la cajera que tiene en su cuenta un monto mayor al que sabe que tiene. Por supuesto, la cajera le cree a él y no a la computadora, y se lo da. Y aquí empieza el gran descubrimiento. ¿De qué es capaz Mark gracias a esta nueva habilidad que ha descubierto, y que no entiende muy bien ni tampoco puede siquiera explicar a los demás? ¿Quiere explicarlo? Su confusión es metafísica, no ética. La libertad está bastante restringida en un mundo donde nadie puede callar lo que le dicta su cerebro. Los seres que pueblan ese mundo no sólo no pueden mentir, tampoco tienen dominio sobre sus pensamientos: Estos simplemente “les pasan”. Eso parecería quitarles grados de libertad. También traducen al lenguaje todo el tiempo sus emociones (la recepcionista del restaurante le dice a Anna al recibirla “me siento amenazada por Ud.”). Ese patrón de comportamiento los hace aparecer un poco maquinales, fríos. No parecen inmutarse al recibir los juicios más terribles de cualquier persona. Nuestro personaje, Mark, escucha todo lo que le dicen con una parsimonia y una aceptación que recuerda al personaje de “Un hombre serio”.

El tono de la película es de comedia, al menos al principio. Los primeros diez minutos retratando un mundo así, las relaciones entre vecinos, entre amigos, las publicidades, el mundo del trabajo, resultan de por sí muy entretenidas. Pero luego aparece un costado filosófico muy fuerte: Es un lugar donde la confianza gobierna cien por cien, la palabra es reina, nadie la pone en duda… ¿por qué habrían de hacerlo? Claro, ni siquiera existe el concepto de confianza, nuevamente, porque no existe la desconfianza. ¿Acaso no es esto de lo que nos quejamos todo el tiempo? ¿De que la palabra no vale nada, de que nadie confía en nadie? Pues bien, veamos como trabaja esta hipótesis (con algunos otros supuestos) Ricky Gervais.

El ego de cualquiera de nosotros puede resultar devastado con la décima parte de lo que Mark escucha. La mayoría de las veces operamos como si los juicios ajenos fueran verdades irrefutables, y por eso nos duelen tanto. No advertimos que sólo son lo que está en el cerebro del otro, y no “la Verdad”. Y como las “verdades ajenas” nos duelen tanto, inferimos que las nuestras también van a doler al otro, y empezamos a callar. Esto es precisamente lo que no ocurre en “The Invention of Lying”. Aquí las declaraciones tienen un poder aún más grande, porque nadie piensa que el otro pueda estar mintiendo al decirlas. No sabemos si es que tienen perfectamente claro que lo que cada uno dice es sólo una opinión y no “la verdad” (Mark parece saberlo), o si por el contrario, para ellos una opinión (o un juicio) y una afirmación son lo mismo.

Luego de la primera mentira, para salvar su mes de alquiler, Mark lanza la segunda: Su madre está a punto de morir, y tiene mucho miedo. El se compadece, y le dice que en el Más Allá hay pura felicidad, que va a reencontrarse con sus seres queridos, a tener una gran y hermosa mansión y ser feliz por toda la eternidad, en lugar de encontrarse con una eternidad de Nada. Y su madre entonces, se deja ir, feliz y reconfortada. En este punto es donde la película tiene su momento más amargo. Entonces pega un giro y nos ofrece una reflexión sobre la religión, ácida y controvertida. No nos dice que en un mundo donde no se puede mentir, la religión no existe, -como pareciera luego de un análisis a simple vista-, sino que en un mundo donde las palabras sólo expresan afirmaciones respecto del mundo exterior o describen pensamientos o emociones internas, la religión, como sistema de especulaciones sobre los mundos sutiles no visibles, no tiene lugar. Sólo eso. No es un ataque a la religión ni mucho menos. Al contrario. Parece decirnos que sin la esperanza y la fe, todo es más triste y penoso. La escena de la partida de la madre es una escena de las más emocionantes y lacerantes que he presenciado en el cine.

La religión nace cuando Mark debe explicar cómo sabe lo que le dijo a su madre sobre el Mas Allá (conversación que médicos y enfermeras presenciaron), y que otra cosa le dijo “el hombre que vive en el cielo”. Su invención de la religión recuerda bastante el lenguaje subversivo de los Monty Python. Los votos de matrimonio, las tablas de la ley... Esta escena también invita a la reflexión sobre la fuente de legitimidad de las declaraciones que hacemos, y la validez que otorgamos a las que recibimos.

La empatía, el amor, nacen cuando Mark le dice la mentira a su madre, y luego cuando repitiendo la misma fórmula en otro contexto, le dice a su vecino suicida que le gustaría quedarse esa noche viendo una película con él, y así lo hace sentir querido y valioso, y quizás lo salva. Las palabras que crean realidades. Luego, en este brindar amor y esperanza de manera casi conductista, es él quien empieza a sentirse querido y valioso.

Los habitantes de este mundo sin mentiras ni verdades tampoco parecen tener mucha libertad. Están bastante apegados a los fenómenos, no tienen demasiado margen para hacer cosas distintas a las que hacen. Tampoco hay ilusiones, que consisten en creer en algo que no sabemos si ocurrirá. Es un mundo bastante gris, chato y sin relieve. Áspero, aburrido. La ética se muestra cuando Mark hace uso de la reciente libertad adquirida al poder dar un nuevo uso a las palabras, (hacer cosas con palabras) y dice dos veces “no”, en el momento en que, pudiendo elegir entre usar su poder –el que supuestamente deriva del acceso a información privilegiada proveniente de su diálogo con el hombre de arriba- para legitimar su deseo, y casarse con Anna, o no hacerlo y dejarle a ella la libertad de elegirlo, decide esto último. El sabe –ahora tiene la distinción, aunque aún no tenga la palabra- que el amor ganado con la mentira no es tal.

Entonces nace la mirada posmoderna: Mark empieza a ofrecerle a Anna su particular punto de vista sobre las cosas. Sale así del problema de la verdad y la mentira y empieza a hacerle ver a ella que existe algo así como la realidad construida por cada uno, la subjetividad de la mirada por encima de cualquier verdad pretendidamente objetiva. Le dice lo que él ve en ella, que nadie más ve, y así la empieza a ayudar en el cambio de sus propios paradigmas . Su rival, el hombre exitoso y buen mozo pero insoportable (personificado por Rob Lowe) , le dice a ella (no olvidemos que él no puede callar ni mentir) que no pida pollo con su ensalada en la cena, porque debe cuidarse, ya que algún día envejecerá y engordará. Mark por el contrario, le dice que no , que para él no, que para su propia mirada, ella siempre será linda. Ella al principio no entiende muy bien de qué se trata lo que Mark le dice. Lo que escucha de su otro pretendiente le parece totalmente lógico, y entonces le dice a Mark “me confundís”. Y este "me confundís" habla de que no puede entender que haya dos verdades (o sea, dos miradas) sobre una misma cosa sin haber confusión. Pero termina por pedirle le diga qué otras cosas ve en ella. Y ella le dice las que empieza a ver en él. Y asistimos maravillados al cambio de observador más hermoso que se haya retratado en el cine.

La conclusión que yo saqué después de ver este film, es que tener esta capacidad de mentir y de ocultar y de callar, hace más rica la vida, pone más emoción, y le agrega muchísimas de las dimensiones que damos por hechas: la confianza, la ética, el misterio del otro, la seducción, la libertad, la fe, el amor.
Que la mentira hace posible la libertad y el amor? Parecería un contrasentido. Pero es lo interesante de la película, que nos lleva a probar esta arriesgada hipótesis.

Ricky Gervais es el creador de la exitosa serie inglesa “The Office”. Aquí es director, guionista, y actor principal. Toda la película es él, su ternura, su profundidad, su riqueza, su desorientación, su capacidad de expresar ese viaje desde el lugar del fenómeno hacia el lugar de la interpretación. El ángel de Jennifer Garner, va transmutando y acompañando a este personaje, hasta llegar a cuestionar sus propios paradigmas, darlos vuelta, y empezar de nuevo.

Una película hermosa, original, comprometida, cubista, que ofrece varias lecturas, emocionante, graciosa e inteligente. Vale la pena verla.
Al menos , desde mi mirada.

jueves, 28 de octubre de 2010

Alicia en el País de las Maravillas: El viaje de la heroína



Intersecciones entre Tim Burton y Lewis Carroll

"No quiero caminar entre locos", dijo Alicia. "
"Oh, no puedes hacer nada", le respondió el gato, "todos estamos locos aquí".


Título original: Alice in Wonderland
EEUU, 2010
Director: Tim Burton
Libro original: Lewis Carroll.
Guión: Linda Woolverton
Cast: Johnny Depp, Mia Wasikowska, Helena Bonham Carter, Anne Hathaway.


Repasemos las películas de Tim Burton: Beetlejuice, Batman y Batman returns, El Joven Manos de Tijera, El Extraño Mundo de Jack, Ed Wood, Mars attacks, La Leyenda del Jinete sin Cabeza, El Planeta de los Simios, El Gran Pez, El Cadáver de la Novia, Charlie y la Fábrica de Chocolate, Sweeney Todd y Alicia en el País de las Maravillas.
Mirando sólo sus títulos, no parece que tengan mucho en común, pero basta verlas una vez a cada una de ellas para reconocer por detrás la mano del mismo creador. Tim Burton es uno de los pocos cineastas vivos capaz de crear universos, no sólo personajes moviéndose en escenografías. Sus películas no son para niños, en general, pero lo parecen. Su cine es para adultos, pero para adultos con un niño adentro bien fresquito. Para aquellos que siendo chicos fueron introvertidos, creativos, fantasiosos y con un gran mundo interior, y que de grandes, aún lo tienen a mano. Es un cine maravilloso, en el término que “lo maravilloso” tiene en literatura: Las reglas son enteramente otras, diferentes a las de nuestro mundo de todos los días. Y esto, que en el cine infantil es moneda corriente, en el cine adulto se pierde. Cuando se recupera, magistralmente como lo hace Burton, el placer es doble: Por reencontrarse con la infancia y por entrar con renovado asombro en nuevas y atractivas lógicas.

Puede narrar pesadillas en colores pastel, como en El Joven Manos de Tijera, o cuentos de hadas con calaveras y colores oscuros, como El Extraño Mundo de Jack o El Cadáver de la Novia. El contexto, el paisaje, suele ser tan protagonista como sus criaturas mismas, las cuales, a menudo encarnan la misma soledad melancólica que el director confiesa haber sentido en sus años jóvenes. Ese ir a contramano del mundo, un no saber muy bien para qué se está, cuando todos alrededor parecen saberlo y dirigirse presurosos hacia algún lado. Sus héroes son románticos en todo el sentido de la palabra. Encarnan emoción, sufrimiento en solitario. Son seres un poco atormentados y un poco desorientados. Saben que hay algo más que le dé sentido a sus existencias, pero antes de encontrarlo, pueden deambular perdidos y asustados. Y hay algo más. Sus criaturas tienen miedo de hacer mal a otros. Andan por el mundo arrastrando este pecado original a menudo sin haberlo querido, y a veces, sin siquiera saberlo. Los demás seres normales se asustan de ellos, de su apariencia, de su poder, o de alguna otra característica, que es la que precisamente los hace diferentes. Esa diferencia a menudo monstruosa que los separa del resto es también la marca de su soledad. Pero Burton los retrata con amor, con empatía. Son monstruos queribles, freaks amorosos.

Sin embargo, Alicia no es una freak en un mundo de seres normales. Es al revés, una persona normal en un mundo de freaks. Y en ello, precisamente en su normal humanidad, reside su anormalidad. Por eso cree que es un sueño. Cuando emprende su viaje, persiguiendo al conejo blanco, lo hace escapando de lo que intuye será para ella un casamiento y una vida mediocre, pero no sabe lo que busca. Su viaje es un viaje de crecimiento, y de autoconocimiento. Tiene casi todos los ingredientes del viaje del héroe, de que nos habla Joseph Campbell.
Lo que tiene de particular la Alicia de Burton –y que la lleva lejos de la Alicia original de Lewis Carroll-, es que es una Alicia adolescente, que vuelve a un mundo en el que ya estuvo alguna vez, y en el que todos parecen recordarla, pero del que ella misma no recuerda nada. Al igual que los adolescentes, a veces demasiado pequeña, a veces demasiado grande, su monstruosidad tiene que ver con su tamaño, que ella misma parece no controlar. Es cuando ella decide que nadie más le dirá quien debe ser o qué debe hacer, y que ése es su sueño y ella lo comanda, que logra por fin vencer a la Reina Roja y salvar a sus amigos. Es el momento en que recupera su tamaño normal.

Alice in Wonderland se trata de una historia donde las cabezas tienen protagonismo. Hay una reina roja de corazones con cabeza gigante, con mucha ira y un poder sobre los otros, basado en el miedo y en su frase “perderás la cabeza”… Hay un sombrerero que no está tan loco como parece, pero sí le teme a la locura (“tengo miedo, Alicia –le dice- ya no quiero entrar aquí. Tengo demasiadas ideas. Habré perdido la cabeza?”). Hay un monstruo, el Jabberwocky, que custodia el poder de la Reina Roja, la reina de la vida, de lo sanguíneo. La Reina Roja, vive enojada y amenazando a todos con cortarles la cabeza. Intuimos que su ira tiene que ver con tanto protagonismo de la cabeza, y con los celos hacia su hermana menor, la Reina Blanca, quien reina en un lugar tan blanco y tan frío como la misma muerte. La Reina Blanca es la reina del Hades, del submundo. Ella se maneja con cosas muertas (“Mi hermana prefirió estudiar dominio de seres vivientes” dice mientras pone dedos de un cadáver en un brebaje) y su bondad gélida nos impone un poco de distancia. No sé si me gustaría quedarme en su palacio.

El final tiene un tinte algo New Age. Hay una oruga que no se muere, se transforma en mariposa. La Reina Blanca le dice a Alicia en el momento en que ella debe decidir si luchar como su caballero o no: “No puedes vivir complaciendo a otros. La decisión es tuya porque cuando enfrentes por fin a aquella criatura, habrás de enfrentarla sola”
Y Alicia decide luchar. Se calza la armadura, y le dice al sombrerero:
- "Esto es imposible.
- Sólo si tú lo crees
- A veces puedo pensar hasta seis imposibilidades antes de empezar el día… "
Y las recita:
- "Uno, hay una poción que puede encogerte. Dos, hay un pastel que te hace crecer. Tres, los animales hablan. Cuatro, los gatos desaparecen. Cinco, hay un País de las Maravillas. Seis, yo destruiré al Jabberwocky. "

El final del viaje, el regreso a la ceremonia nupcial de donde se escapó para ir tras la llamada del conejo, está a la altura de lo que esperamos de esta Alicia siglo XXI, lista para elegir lo que realmente quiere, y lejos de los cuentos de hadas. Su nuevo poder está en la confianza en sí misma para enfrentarse con las convenciones sociales y salir triunfante.

Helena Bonham Carter como la Reina Roja es lo mejor del cast. Anne Hathaway en la piel de la helada Reina Blanca de negros labios y negras uñas nos impone distancia, nada parecido a los papeles habituales en ella, de encantadoras princesas y jóvenes promesas. Johnny Depp como el Sombrerero encarna con encanto la sutil locura de este personaje. Y Mia Wasikowska (la Sophie de la serie "In Treatment"), Alice, nos lleva de la mano por su asombroso sueño-viaje con emoción y belleza. Un capítulo aparte merecen las imágenes a lo largo de toda la película. Cada cuadro es un regalo para la vista, y sólo por mirarla, vale la pena esta Alicia, que además, nos lleva de vuelta a visitar nuestra propia adolescencia con ojos maravillados.

Avatar y Entre los Muros: Sobre la otredad y otros unos.




Intersecciones entre Europa y Estados Unidos

Título original: Entre les murs.
Francia, 2008.
Dirección: Laurent Cantet
Guión: Laurent Cantet, François Bégaudeau y Robin Campillo; basado en la novela "Entre les murs" de François Bégaudeau.
Cast: François Bégaudeau , Vincent Caire, Olivier Dupeyron, Patrick Dureuil, Frédéric Faujas , Laura Baquela, Juliette Demaille, Dalla Doucoure, Esméralda Ouertani , Franck Keïta , Wei Huang .


Título original: Avatar
EE.UU., 2009
Dirección y guión: James Cameron.
Fotografía: Mauro Fiore.
Cast: Sam Worthington, Zoe Saldana, Sigourney Weaver, Michelle Rodríguez, Giovanni Ribisi.


El tema del otro es un tema apasionante. En el fondo, todo nos habla de él. Lo que no soy yo es otro, y cómo convivo, cómo me enfrento, cómo juzgo, cómo miro, cómo asimilo al otro es en sí la tarea de estar vivos. Políticamente, el “otro” ha estado siempre corporizado en pueblos, en naciones, en bloques. El otro es desde el comienzo, el que está del otro lado del río, del mar o la montaña. Después de la Segunda Guerra, el bloque democrático y el bloque comunista se opusieron cual dos naipes sosteniéndose el uno al otro en un juego de equilibrio inestable. Sin embargo, en los ochenta, algo catalizó y el falso empate se pulverizó.
Mucho de lo que pasó desde entonces en el mundo, tiene que ver con la pregunta sobre el otro, que ya no está del otro lado del muro, sino aquí mismo, conmigo, quizás sólo del otro lado de mi propia calle.
A continuación, algunas reflexiones en torno a dos miradas diferentes sobre la misma cuestión, una europea, la otra americana.
Entre los Muros, de Cantet.
Si, es el mismo director de "Recursos Humanos" y "El Empleo del Tiempo". Sus preocupaciones pasan por el sentido de integración del ser humano. Integrarse con otros, ser parte de. Esa necesidad tan primaria de gregariedad. Cuando querían castigar a alguien, los griegos lo mandaban al exilio, lo desterraban. Cuando uno era chico, pocas cosas había peores que no ser elegido para jugar en el equipo, o no ser invitado a esa fiesta tan deseada. Ya de adultos, la pregunta se actualiza. Cantet se pregunta en "El Empleo del Tiempo", por el sentido del trabajo como fuente de integración humana. Este hombre tan solo, que luego de quedarse sin trabajo sigue yendo a los rascacielos de oficinas solamente para mezclarse con las tribus corporativas y fingir por unas horas ser uno más. Ví la película hace ya mucho tiempo, y sin embargo, guardo fresca la amargura de esas secuencias.
Ahora vuelve con el tema de la integración, pero en una escuela. El experimento es más o menos así: ¿Qué pasa si colocamos la cámara y registramos durante un año lectivo todo lo que sucede en un aula de un colegio suburbano francés, en el que se mezclan las religiones, las nacionalidades, los orígenes raciales y los colores? ¿Qué pasa si esa cámara es aparentemente objetiva, si sólo muestra los fenómenos y no se mete con la subjetividad o las interpretaciones de carácter? Bazin puro, dirían los críticos de cine. Poco dice esta cámara acerca de su personaje principal: ese profesor aparentemente bien pensante, que quiere hacer el bien (al grupo, al país que es Francia, al mundo post caída del muro?) que incluso se enfrenta a sus pares por defender al que es diferente, también es humano y no filtra algún juicio en el fragor de una discusión, y dice a algunas de sus alumnas algo que le cuesta caro. Algo que no es políticamente correcto.
Su mismo gesto nos habla de la imposibilidad de tanta corrección política, de tanto esfuerzo por sostener en vano una estantería que pesa más arriba, donde están los jóvenes, y que en cualquier momento se vendrá encima. La corrección política, esa bienvenida forma de aceptación de las diferencias que llegó luego de la caída del muro ¿Tiene sentido aún? ¿De qué nos protege esta nueva frontera, que ahora está dentro de cada uno de nosotros, esta nueva conciencia moral que impide que digamos (pero no que pensemos) barbaridades sobre aquéllos a los que juzgamos diferentes? ¿Hacia donde proyectaremos la sombra de nuestra sociedad? Estas son las preguntas que me quedaron flotando.
Las razones son otras, o quizás en el fondo son las mismas, pero las respuestas de estos adolescentes -a quienes les espera afuera un mundo nada sutil, ingrávido ni gentil-, son muy parecidas a las que podría encontrar un chico nuestro en nuestro Buenos Aires suburbano. Y nos habla de que en este mundo pseudo globalizado, incluso los problemas de la globalización, son globales.
"Entre los muros" es una película casi zen. Una mirada que muestra sin interpretar ni juzgar, las estructuras de coherencia de los personajes. Una mirada que no puede anticipar lo que hará cada uno, pero tampoco interesa. Sólo muestra y se permite concluir, con la sensación de imposibilidad más asfixiante que yo haya sentido en los últimos tiempos, que estamos fritos. .
Avatar, de James Cameron
"Avatar" es el otro extremo de "Entre los Muros". Creo que sí hay diálogos pueriles (más de una crítica lo señala) pero son barridos por la fuerza de las imágenes. Esta no es una película zen. Al contrario, grita su sentido, comunica de todas las maneras posibles la imposibilidad del ser humano de seguir en la dirección que va. Pero es a su manera, mucho más esperanzadora que la de Cantet.
En un momento, el personaje reza ante el árbol sagrado, y le pide a la diosa de los N'avi, que los salve. La heroína lo mira con ternura, casi con condescendencia, y le dice que su diosa no toma partido, simplemente es. Sin embargo, la película es americana, y no puede con ese espíritu. La batalla la gana el héroe, que además es lisiado, y por si fuera poco, cual Di Caprio gritando “I’m the king of the world”, grita en el medio del fragor del triunfo algo así como “gracias por haber tomado partido”. De un lado o de otro, Dios sigue siendo americano.
Después de la caída del muro, nada es lo mismo. La pregunta sobre el otro ya no está formulada en términos de igualdad. La pregunta ahora es qué hacemos con él, como si estuviera en nuestras manos y nos quemara. El empate de la Guerra Fría devino Imperio. Y hay muchos a ser colonizados. A aquel lado del océano, dicen que no les va nada bien intentando integrar a los diferentes, pero ¿qué camino hay?. De este lado del mar, pero más arriba, nos dicen que les va mal intentando aniquilarlos.
En uno y otro caso, el otro es alguien que está en situación de dependencia de nosotros, que nos amenaza, que pone en riesgo algo que valoramos, y con el que podemos (más allá de que nos sintamos impotentes) hacer o no hacer algo. Es alguien que está, por decirlo de algún modo, en nuestras manos. Y así, olvidamos que nosotros también somos "el otro" para alguien.

Ojalá que algún día descubramos que no existe “el otro” sino simplemente “el otro lado”.

Amor sin escalas: Todo lo sólido se desvanece en el aire


Intersecciones entre cine y el mundo del trabajo en las corporaciones del siglo 21.
Título original: Up in the air EE.UU.,
EEUU, 2010
Dirección: Jason Reitman
Guión adaptado: Jason Reitman y Sheldon Turner
Cast: George Clooney, Vera Farmiga y Anna Kendrick

“Amor sin escalas” es un título mal elegido. La traducción literal del título original sería “Arriba en el aire”, que tiene una connotación mucho más rica que la engañosa frase que eligieron aquí. Amor sin escalas no es ni de lejos una película de amor. No es una comedia ni es romántica. Se parece más a un ensayo, a una reflexión sobre el mundo de las corporaciones globalizadas de hoy, y en un nivel más profundo, sobre las máscaras que nos ponemos para movernos cómodamente con nuestra identidad pública, y cómo éstas terminan por separarnos de la tierra y dejarnos en el aire.
Ryan Bingham tiene un trabajo que lo hace viajar por los Estados Unidos de un estado a otro la mayor parte de su tiempo. Él vive esta circunstancia como un regalo: Cada acto de su vida cotidiana  está pensado en favor del millaje de la aerolínea por la que vuela, porque es gracias a ese millaje que accede a una serie de privilegios que le crean la ilusión de poder y distinción. Circula por las salas VIP de los aeropuertos, evita siempre las colas de los check-in gracias a su membresía súper platino y tiene estudiado hasta el más mínimo gesto para ahorrar tiempo y ganar comodidad y lujo en los aeropuertos y en los aviones. Dado que los “no-lugares” (para usar la terminología inventada por Marc Augé para hablar de esos sitios que son iguales en cualquier país del mundo, como los aeropuertos y las habitaciones de grandes hoteles) son su lugar, él construye su identidad a través de ellos, los hace su hogar y los disfruta. Cuando la cámara nos muestra su casa, ésta parece una habitación de un Marriott. Todo está vacío, sin personalización alguna (hasta su placard). A tal punto él ha llegado a “alivianar su mochila” que a veces es contratado para dar conferencias sobre cómo vivir sin cosas, sobre cómo todo lo que necesitamos para vivir cabe en un carry on de los que van con uno en la cabina de los aviones. Esta liviandad implica, por supuesto, no armar familia ni cargar con el peso de compromisos personales que impidan seguir viajando. En algún punto, puede verse como un modelo de desapego de los bienes materiales y de convivencia con valores existenciales más profundos, pero sin embargo, nada parece indicarnos que esa sea la causa de la liviandad de vida de nuestro protagonista
¿Y cuál es el glamoroso quehacer de Bingham que lo hace viajar tanto? La consultora para la cual él trabaja se ocupa de hacer “el trabajo sucio” de las áreas de RRHH en épocas de crisis: despedir gente. Este modelo consiste en que una compañía que quiere reducir personal y desea evitar a los jefes que quedan adentro, el duro momento de tener que decirles a sus colaboradores que están fuera, pueda terciarizar todo el proceso de despidos. Ryan Bingham es uno de los que ejecuta esa desagradable tarea. No lo hace con placer ni con desgano. Simplemente lo hace con eficiencia, sin problematizar su quehacer. La cámara nos muestra las reacciones emocionales de los empleados despedidos, y cómo el trabajo de Bingham consiste en minimizar este momento, disminuir el malestar y “dorarles” la píldora”, haciéndoles ver el despido como una bendición y no como un problema. El despido (o la desvinculación, para hablar con los eufemismos corporativos) es un momento clave en la vida de una persona, y puede ser cierto que –como dicen tantas frases inspiradoras que intentan traducir significados muy profundos y muy presentes en las filosofías orientalee- es una circunstancia de cambio, de los tantos que la vida nos impone a veces, que no es buena ni mala en sí misma, sino sólo en función de la interpretación que le otorguemos. Y a veces puede ser el pasaje a un tramo mucho más rico y más significativo de la vida. Pero este mensaje, cuando es puesto en boca de funcionarios faltos de empatía, y reiterado como una fórmula en manuales del buen despedidor, se transforma en un cliché en el mejor de los casos, o en un mensaje insoportablemente cínico en el peor.
Hay una serie de críticos que proyectan en el personaje de Bingham una valorización negativa. Yo discrepo. Bingham disfruta viajar, y disfruta el poder que el millaje le otorga. Su familia de origen vive en un pueblo completamente perdido y falto de atractivos y es una familia de clase más bien trabajadora. Las millas le permiten crearse la falsa ilusión de importancia y aparecer en ambientes prestados que él cree que son propios. Hay un fuerte contraste entre su poderosa apariencia cuando la película nos lo muestra vistiéndose, preparando su liviano equipaje y atravesando inmune controles, colas y detectores de metales para llegar al asiento de primera clase, y lo que vemos en el casamiento de su hermana, en Omaha. Bingham tiene dos caras. Una es la de su personaje, su máscara, la que él elige mostrar. La otra, la de su familia, la oculta. No se caracteriza por ser un hermano presente. Las cargas familiares no son lo de él. ¿El trabajo sí? Sin embargo, nada nos dice que lo disfrute. Éste es sólo el vehículo para acceder a ese mundo de poder. Simplemente, lo hace, y acepta ese triste rol a cambio de un glamour prestado.
¿Es por todo éso Ryan una mala persona? Hace elecciones a veces sobre algunos valores que no compartimos, pero Bingham no es ni más ni menos que todos nosotros, con sus luces y sus sombras, alguien que va por el mundo descubriéndose y aprendiendo algo de sí mismo en el camino. Quizás las facetas con las que él elige identificarse y forjar su identidad pública no son las más simpáticas… pero en todo caso, ¿quien puede hablar de las propias con total orgullo, y desde qué lugar? Creo que el tono de la película no lo juzga.
Las contrafiguras femeninas son dos: En algún aeropuerto, Bingham se topa con Alex, su alter ego, una ejecutiva con la que parece compartir la visión del mundo y con la que comienza una relación amorosa sin compromisos, y también liviana como el aire. Por otro lado, entra a su vida una colega muy joven, Natalie Keener, que encarna a la vez la amenaza a su mundo (viene a implementar en la compañía un sistema que le va a permitir ahorrar en viajes al poder despedir a la gente por videoconferencia en lugar de personalmente) y los valores que él detesta (llega a su primer viaje cargando una pesada valija). Su invento tecnológico por supuesto asusta a Ryan que teme perder su estilo de vida si deja de viajar. Ella es inexperta, el jefe de Ryan le encomienda la misión de entrenarla y así comienzan a viajar juntos, él “enseñándole el oficio”. Esta es la parte más oscura de la película, y a la vez el nudo. Allí el quiebre en la estructura de Bingham empieza a manifestarse. Por un lado empieza a tomar conciencia de las consecuencias de su trabajo en la vida de las personas, al verse reflejado en Natalie y al presenciar cómo ella sí se hace cargo emocionalmente de aquellos a quienes debe despedir, por lo que la tarea le resulta mucho más devastadora que a él. Por otro lado, comienza a enamorarse de Alex. El final de la película no nos deja lugar para la satisfacción. El personaje logra salir de la crisis original, pero para entonces, esta resolución ya no es solución, porque el problema ha cambiado.
Up in the air es una película como el mundo que retrata: en apariencia light y glamorosa, pero en el fondo, oscura y densa. Por la problemática que encuadra, Jason Reitman está más cerca de Cantet (el director de películas que hablan del mundo del trabajo, como “El empleo del tiempo” y “Recursos Humanos”) que de One Fine Day, la comedia romántica de George Clooney con Michelle Pfeiffer de los 90, con la que marketineramente se ha buscado enlazarla.
George Clooney y Vera Farmiga (estuvo nominada al Oscar por este film) encarnan perfectamente lo que dicen. Nos entregan una actuación sólida y a la vez sutil. Su corporalidad, sus gestos austeros, su minimalismo se llevan de maravillas con las elecciones de vida que hacen, con la soledad y la falta de conexión emocional. Anna Kendrick (la actriz adolescente de la saga “Crepúsculo” que aquí personifica a Natalie) al principio no parece dar el physique du rol de ejecutiva junior de oficina, pero a medida que pasan las escenas va ganando en profundidad y emoción.
La película vale la pena como reflexión sobre el mundo del trabajo en las corporaciones, sobre los dilemas éticos a los que se enfrentan todos los días quienes trabajan bajo el paraguas de una empresa, dilemas que muchas veces ya ni vemos. ¿Acaso es peor desempeñar este trabajo que trabajar en una empresa que transporta combustibles con peligro de contaminar el mar? ¿Y es acaso peor trabajar en un laboratorio farmacéutico que en una empresa que tiene a sus empleados parcial o totalmente en negro? ¿O en una financiera cuyos brokers van a dejar en la ruina a miles de personas cuyos ahorros custodian, persiguiendo un bono personal millonario que en una minera o en una petrolera que eligen eludir determinadas prácticas de seguridad a sabiendas del peligro que conlleva? ¿Sabe cada uno de los trabajadores las elecciones éticas de las empresas en las que trabajan? ¿Sabía el mes antes de la catástrofe, cada trabajador de Enron, de BP, de la minera de Copiapó, que trabajaba en una empresa en la que algunos de sus responsables iba a provocar con sus decisiones un problema para las vidas actuales o futuras de muchos otros? ¿Y en última instancia, en el mundo de las megacorporaciones de hoy, de quién es la responsabilidad del downsizing (y de cualquier otra decisión ética)? ¿Y cuál es el límite? Está muy claro en los casos que nombro más arriba. Pero… con el diario del lunes. ¿Qué otro desastre ecológico, humanitario o económico se está gestando hoy y donde? ¿De quién es la última responsabilidad? ¿De Ryan Bingham, el último eslabón ejecutor? ¿De la consultora en quien las empresas terciarizan los despidos masivos? ¿De la empresa que decide echar gente porque no le dan los costos? ¿ De los bancos? ¿De los gobiernos? De la avaricia del sistema? De todos y de nadie. ¿De quien? Después de Enron, después de la crisis de las hipotecas subprime… ¿qué cambió? ¿ Acaso basta con imponer más controles gubernamentales, que finalmente generarán más negocios para las grandes consultoras, más burocracia y más corrupción? ¿Por qué hay cada vez más personas desencantadas con el mundo corporativo que en los 90 se aparecía tan atractivo? ¿Cuál es el camino que se tiende ante el mundo capitalista post Guerra Fría y post Posmodernidad?

Un hombre serio: Qué hecho yo para merecer esto?



Intersecciones entre cine, religión, filosofía y misticismo.


Un hombre serio
Título original: A serious man
EEUU, 2009
Directores: Joel y Ethan Coen
Guión: Joel y Ethan Coen
Cast: Michael Stuhlbarg, Richard Kind, Fred Melamed, Sally Lennick

El decimocuarto Dalai Lama, guía temporal y espiritual del Tíbet, propuesto en 1989 al Premio Nobel de la Paz, ejerce su liderazgo desde el exilio. Uno de sus intereses es el diálogo interreligioso entre Oriente y Occidente. Su libro, “El Universo en un sólo átomo”, ofrece antes del prólogo, una cita de un antiguo escrito budista que dice “En cada átomo de los dominios del universo existen infinitos sistemas solares”. Algo que la película infantil Horton y el Mundo de los Quien (Horton wears a Who, en su título original) supo metaforizar maravillosamente, en la historia de un elefante que quiere proteger a unos seres microscópicos que viven en una partícula, y para los que esa partícula es el mundo, y la voz del elefante que les llega desde el espacio exterior es como la voz de Dios. En esta idea lo que subyace es que todos somos parte de otra cosa mayor, aunque no lo sepamos. En Occidente, es lo que ha empezado a descubrir el pensamiento sistémico. Y que en el fondo, todos somos Uno. Es una idea extraña para la mente laica e iluminista occidental, acostumbrada a dividir, a parcelar, a designar y a categorizar. Pero no lo es tanto para la sabiduría oriental, que a través de distintas aproximaciones místicas, ha llegado a intuir ese Ser Uno esencial.
Hoy estas intuiciones filosóficas, estas vías místicas o espirituales de llegar al conocimiento sobre las preguntas últimas (quien soy, de qué está hecho el Universo, qué es el tiempo), están convergiendo con miradas hasta hace unas décadas situadas en veredas opuestas. El discurso científico y el religioso parecerían estar aproximándose. Uno de los factores que posibilitan este diálogo es el nuevo paradigma de la física cuántica que está sustituyendo al de la física newtoniana, y el paradigma de la nueva ecología que está sustituyendo al de la biología y geología clásicos. Es imposible entender para un lego, los complicadísimos razonamientos matemáticos que sostienen a la mecánica cuántica, pero basta decir, para intuir la enormidad del asunto, que una de sus proposiciones es que algo puede ser dos cosas al mismo tiempo: Un electrón puede ser onda o puede ser partícula…! Pero no sólo eso, sino que puede ser onda y partícula, a la vez, puesto que la definición depende del observador y no de la cosa observada. Este asombroso descubrimiento, que pone patas para arriba todo el conocimiento científico desde los griegos para adelante, nos dice que un principio lógico tan obvio (fijado por Aristóteles, por otra parte) como el del tercero excluido (algo es o no es, y no hay una tercera opción) puede llegar a ser falso.
De todo esto habla la película de los Coen, “Un hombre serio”. Como muchas de las películas de estos hermanos talentosísimos, tiene un tono entre amargo y de humor negro. La historia comienza con un prólogo que nos muestra una escena en yiddish, en una casa de hace siglos, entre un esposo, su mujer y un extraño (que puede ser un ser de carne y hueso, o el dybbuk, espíritu maligno que ha tomado el cuerpo de un hombre muerto tres años atrás… o ambas cosas a la vez). Esta escena no vuelve a mencionarse ni retomarse en el resto de la película y sólo podemos conjeturar cuál es el sentido que los directores quisieron darle: Ahí se introducen con un registro diferente, los mismos temas que se desarrollarán in extenso en el film.
Luego de este prólogo oscuro, y de los títulos, la película abre en la década de 1960, en un suburbio de Minneapolis. La historia se desarrolla dentro de la comunidad judía. El protagonista es Larry Gopnik, un profesor que está entregado a la enseñanza de la Física Cuántica a sus alumnos secundarios (este dato no es menor, por todo lo dicho más arriba). Vemos al principio del film una secuencia de lo que parece ser un examen médico que culmina con el doctor informándole al protagonista que su salud es excelente. Larry es un hombre que en un nivel de análisis, podríamos calificar como apegado a reglas, sumiso, incapaz de rebelarse, y temeroso. El nudo de la historia se va tejiendo a través de los contratiempos que empieza a sufrir, que van pasando de castaño a oscuro: Su hija, obsesionada por operarse la nariz, le roba para pagarse la operación; su hijo de 13 años sufre amenazas mafiosas por una deuda de drogas; su mujer está a punto de dejarle por su mejor amigo; un alumno lo chantajea al mismo tiempo que intenta sobornarlo; su hermano, que vive con él, se dedica al juego y a la pornografía sin que él lo sepa. En un punto clave de la historia, el amante-novio de su mujer muere y él debe pagar su sepelio, más los abogados del divorcio, más las deudas de su hermano. Esto lo pone en aprietos financieros, mientras debe dejar su casa para irse a vivir a un motel. Para colmo de males, alguien está enviando al Comité de la Universidad cartas difamatorias sobre él.
Larry acepta estos inconvenientes con humildad, pero su obsesión es la pregunta sobre el por qué. Por qué a él, que no le desea ni le hizo mal a nadie. En busca de esa respuesta (que no es otra que la respuesta de Dios a la pregunta de Job), empieza a deambular por las oficinas de los rabinos, como cualquiera deambularía hoy por los consultorios de los psicólogos. Su ira no estalla nunca, permanece contenida, su equilibrio emocional bordea el quiebre en un momento, pero lo elude. Nunca se enoja, nunca se queja. Es un alter ego del esposo de la primera escena, que le cuenta a su mujer sólo los lados buenos de todo lo malo que le pasó en el día.
Hay varios niveles de lectura: El religioso, en el que los Coen parecen hablarnos de Job, el personaje bíblico al que Dios somete a toda clase de pruebas para testear su fe. Y multitud de citas bíblicas que el profano pasará por alto, pero que quienes estén versados en los temas de la religión y la iconografía bíblica sabrán captar.
El nivel de análisis psicológico, nos hace preguntarnos por qué Larry no explota nunca, aceptando todo lo que los demás hacen con él con una resignación casi enfermiza. Esta sutil irritación en la que él vive se nos traslada como espectadores, asistimos crispados a sus desventuras. En este nivel, podría pensarse que esta manera de encarar la vida finalmente le jugará una mala pasada, cobrándosela a través de su cuerpo. Que las consecuencias de no expulsar el enojo hacia el mundo resultan en estrés y el estrés –como sabemos- genera consecuencias.
El nivel místico, que resulta en este caso sostenido por el discurso de los rabinos, aparece cuando éstos lo instan a aceptar la vida tal como es dada, sin preguntarse por los designios de Dios, sin hacer preguntas, sin sentirse desilusionado porque el Universo no devuelve con la misma moneda, tal como esperaríamos. Podría decirse que la alusión a la Kabbalah opera en este nivel.
Y por último, el discurso científico, que aparece vehiculizado por el quehacer de Larry como profesor de física cuántica, disciplina que sostiene incluso la visión de los rabinos . La alusión al gato de Schrödinger no es casual. No se trata –como leí en alguna crítica- de la tradicional contradicción entre ciencia y fe, sino precisamente, de su convergencia. El experimento en cuestión (Schrödinger fue uno de los fundadores de la física cuántica) tiene varias interpretaciones. Una de ellas sostiene la posibilidad de la existencia de mundos paralelos, que se abren en cada posibilidad de elección de acción de cada partícula. (Esto, que Borges mismo conjeturó en El Jardín de los Senderos que se Bifurcan y que experiencias con el acelerador de partículas están empezando a hipotetizar). En algunas interpretaciones, estos mundos se anulan unos a otros. Algo de ésto parecería esbozarse (los misterios de la sincronicidad jungiana) cuando sabemos que el accidente en el que pierde la vida Sy y el que sufre Larry ocurren en el mismo momento. ¿Sus vidas estaban interrelacionadas a un nivel cuántico?
El cierre de la película me recordó la historia del caballo de Ozu: Un niño viene apenado ante su padre a contarle que se ha escapado su único caballo, la única riqueza que poseían. El anciano padre le responde “quién sabe?”. Algún tiempo después, el caballo regresa con una yegua. El niño vuelve a contarle a su padre, lleno de alegría. Este le responde “quién sabe”? Unos meses después, el niño, tratando de domar un potro salvajes, se cae y se rompe una pierna, y acude llorando, a ver a su padre. Este nuevamente le responde: “quién sabe”?. Finalmente, vienen del Ejército a reclutarlo, pero no pueden hacerlo porque está con la pierna rota. La respuesta del padre es… “quién sabe?”. Al final del camino, cada pieza del Universo encaja donde debe encajar. Por eso todos los finales son felices.
Al final de “Un hombre serio”, las cosas parecen recomponerse para Larry, pero la película cierra con un llamado del médico pidiéndole lo vaya a ver lo antes posible para conversar sobre el resultado de las radiografías. ¿Entonces la escena de apertura con el mismo médico diciéndole que los resultados estaban bien..., era falsa? ¿Ambas eran posibilidades? ¿Ambas eran reales en diferentes niveles? ¿Las desventuras de Larry no terminaron? ¿Terminan algún día? ¿Podemos respirar tranquilos mientras caminamos por la vida?
Una película interesante, que en mucho recuerda el humor de Woody Allen cuando retrata la comunidad judía americana. En este caso no es Nueva York sino una ciudad del Midwest. Un tono que no termina de decidirse si es de sátira o de melancolía, de comedia negra, de drama o de retrato sociológico. Un nivel filosófico de una profundidad mística relatada en clave de hombre común.

Whisky Romeo Zulú: La película sobre el accidente de LAPA, o apuntes de una tragedia anunciada


Intersecciones entre cine, ética y política

Argentina, 2003
Dirección: Enrique Piñeyro
Guión: Enrique Piñeyro
Fotografía: Ramiro Civita
Protagonizada por: Enrique Piñeyro, Mercedes Morán, Alejandro Awada, Adolfo Yanelli, Carlos Portaluppio, Martín Slipak.



Dirigida, escrita, y protagonizada por Enrique Piɦeyro, Whisky Romeo Zulú (WRZ, el código del avión caído en Aeroparque en 1999) nos pone en la piel de Piñeyro-real, contado por el Piñeyro-guionista, encarnado en el Piñeyro-actor y dirigido por el Piñeyro director. El montaje va paralelizando con distinta suerte cuatro momentos diferentes: la infancia del personaje, que explica su vocación y su tardía historia de amor, su vida en los años/meses previos a la tragedia, los momentos anteriores al despegue fatal y la investigación judicial posterior. Este juego de montaje y de diferentes tiempos narrativos, se realiza exitosamente, mantiene la atención y el foco en todos ellos y no aburre ni pega saltos inverosímiles, aunque no todas las líneas tengan el mismo peso.

Las líneas que cuentan los años previos a la tragedia en LAPA, y los momentos anteriores al despegue, son a mi juicio, las más logradas. La línea que recorre su infancia y su aventura amorosa con la gerente de Relaciones Públicas me parece la más floja, porque por un lado desenfoca del tema central, ético-político, y por otro, porque me parece que no queda bien retratado, paradójicamente, Piñeyro mismo. Si esa historia no es real, nada tiene que ver mezclar denuncia con ficción, no le agrega valor. Si lo es, bastante herido debe de haber quedado sentimentalmente el realizador, como para tener que aprovechar un thriller político de aristas sumamente dolorosas, para contar a los cuatro vientos, una historia que había nacido para quedar entre sus protagonistas y que nada agrega al hilo central del argumento.

Es verdad que los ejes sobre los que crece la historia son siempre dilemas éticos: como en El Informante (el film sobre las empresas tabacaleras que protagonizaron hace unos años Russel Crowe y Al Pacino) , el personaje se ve empujado a tener que elegir entre el amor y la causa que defiende, entre la lealtad a la empresa para la que trabaja y la lealtad a la sociedad a la que pertenece (a la que se le debe salud, seguridad, información). Al igual que en aquella película, un investigador es víctima de comportamientos mafiosos que lo sitúan ante otro dilema entre la seguridad de su familia y el deber. En ambos casos el protagonista se ve amenazado por el sistema mismo que lo transforma de acusador en acusado (de romper la ley en aquel caso, de insanía en WRZ).

A pesar del afán autorreivindicatorio del director, la historia está bien contada. Si bien creo que narrar esta historia fue su manera de tomarse revancha de todos, puesto que el único que sale bien parado es él, en sus películas posteriores maduró, saliendo del motor del duelo personal para encarar su carrera cinematográfica en serio. Difícil de encasillar genéricamente, armada como un ensayo mezclado con thriller político en clave de tragedia, con historia de amor en el medio, las piezas se van sumando y uno va sabiendo por qué el ex piloto tenía razón al anunciar la fatalidad del desenlace en su famoso memorandum. Como en toda tragedia, los personajes no pueden escapar a su destino, cuya urdimbre en este caso es la corrupción, el afán de lucro a costa de la seguridad, el temor a perder el empleo, las luchas de poder inter e intra-gremiales, la desidia, etcétera. “Y bueno viejo, es la Argentina”, le dicen todos a Piñeyro-piloto como si eso fuera suficiente para lavar culpas, como si la argentinidad definida como sistema, como la congregación de estas circunstancias nefastas, fuera el destino mismo del que no se puede escapar. La explicación estructural como antesala del “no se puede hacer nada, somos todos víctimas”, la generalización sin análisis que años después lleva a generar el grito de “que se vayan todos”. ¿Qué quieren decir esas consignas? ¿A donde nos han conducido, y nos siguen llevando?
La asunción más absoluta de la resignación no necesariamente implica no hacer nada. Sólo implica pensar siempre que la culpa está afuera, es del otro. Y por ende, que las únicas acciones posibles son las quejas, en forma de manifestación, piquete, escrache o lo que fuere. Con la enferma ilusión de que estamos haciendo algo. Cuando la resignación toma la forma de la acción surge el grito “que se vayan todos”, y es paradójico que sea el grito último de la víctima, porque si se van todos… ¿quien queda, excepto yo mismo?

La película se constituye así en un necesario alegato contra esa forma de pensar la política y el hacer empresa, contra el desprecio por la vida por parte de los funcionarios y ¿profesionales? involucrados de LAPA, y de los organismos de control gubernamentales, contra la inercia y la indiferencia oficial una vez más en un tema sensible como la inseguridad, ahora no ya en la calle (o sí) sino en el aire, y gana sus mejores momentos precisamente cuando muestra lo que sucedía –y aún puede suceder- tras del mostrador de las empresas a la que entregá(ba)mos nada más y nada menos que nuestras vidas por un rato. Es un tema que se reactualiza constantemente, hoy más que nunca, con cada tragedia evitable, en las que la sinrazón, la estupidez, la arrogancia, la omipotencia y el afán de lucro irresponsable, se conjugan para generar accidentes aéreos, caos aeroportuarios, cromagnones o, derrumbes.
No es una película triste, no tiene golpes bajos ni escenas truculentas. Pero no por ello es menos fuerte. Es para salir del cine con bronca y con la piel de gallina.


La presentación de Whisky Romeo Zulú en el 6º BAFICI. Apuntes sobre la irresponsabilidad de algunos juicios.


Intersecciones entre cine y política


Ví “Whisky Romeo Zulú” en su preestreno durante la 6ª edición del BAFICI (Festival de Cine Independiente de Buenos Aires), en 2004. Su director (de la película, no del Festival), Enrique Piñeyro, es aquel ex-piloto de LAPA que tuvo bastante difusión en los medios de comunicación cuando sucedió la tragedia del avión de Aeroparque en 1999, por haber sido el autor de un memorandum que había elevado tiempo atrás a las autoridades de la empresa, alertando sobre las fallas en los sistemas de mantenimiento y de seguridad y advirtiendo sobre lo que consideraba la inminencia de un accidente. Desgraciadamente el accidente ocurrió, y la película ilumina a través de los meses inmediatamente anteriores a la tragedia, la vida de Piñeyro , su soledad y su obsesión por hacer oir sus alertas en un medio kafkiano, regido por leyes argentinas y controlado por entes argentinos. Luego de esta película Piñeyro realizó Fuerza Aérea S.A. (2006), y recientemente, El Rati Horror Show.

Me interesa aquí hacer una digresión para explicar el por qué de la inclusión de esta crítica, en este blog, que se trata de Intersecciones en el cine. WRZ tiene muchas. En primer lugar, intersección entre cine y denuncia, algo en lo que Enrique Piñeyro encontró su foco: En sus dos primeras películas, interpelando a un subsistema, el de la aeronavegación argentina y las causas que por acción u omisión, generarían una tragedia, mientras que en su más reciente estreno, El Rati HS, se mete con el sistema judicial y un caso de injusta condena. Encuentra así en el cine un amplificador de su voz gritando contra la soberbia, la ineptitud, la corrupción y la injusticia. Pero volvamos a las intersecciones: En segundo lugar, intersección entre cine y política, porque en el fondo, las causas de estos emergentes con resultados desastrosos que cada tanto enlutan a nuestra sociedad, son políticas, aunque no en el sentido de echar culpas al poder ejecutivo de turno (sea Ibarra, Macri, o Menem) sino en un sentido más profundo: pensar la política como la actividad que genera expectativas, debate opiniones y luego alinea voluntades para emprender acciones con impacto social. En ese sentido, la política es más –y también menos- que las campañas, los fondos, o las discusiones parlamentarias.

En tercer lugar, intersección entre cine y ética, pero eso será motivo de otra entrada.

Era la primera vez que se proyectaba la película y fue presentada por Eduardo Antín (Quintín), por entonces el director del BAFICI, y por el mismo Enrique Piñeyro, quien además de escribirla y dirigirla, es también el protagonista, en un triple juego de autorretrato en el que significado (persona real), significante (personaje) y emisor (actor) son la misma persona.

Podría decirse que el tono general de muchas de las películas seleccionadas en el Festival de Buenos Aires es más bien monocorde, poco gestual, sin historias, casi minimalista y sin mensajes explícitos. La película de Piñeyro no es nada de ésto. Para empezar, narra una historia, y además, tiene un mensaje. Quintín inició la presentación con dos frases a mi juicio poco felices: Primero dijo que era la película más “popular” y menos “de autor” de todo el festival. Decir ésto en el marco del BAFICI , creanme, no es precisamente un elogio (estaba presente Piñeyro mismo en el escenario) y no sonó como tal sino más bien como la introducción a una disculpa: “¿Por qué está entonces el BAFICI presentando esta película?” podría ser la relectura. “Porque el director nos está queriendo decir algo con ella, -agregó Quintín-, en un momento en que los mensajes están desacreditados”. Lo que me molestó de esta frase fue escucharla de labios de alguien que desde su labor de crítico cinematográfico, había bregado contra ese tipo de paradigmas, que suelen tener muchos otros críticos cuando piensan que si la película es popular, mainstream o americana, es mala, y que por el contrario, si es francesa, iraní, lenta o incomprensible, es buena.

La segunda frase desafortunada a mi modo de ver, fue que el film era un retrato de la manera de actuar del empresariado (capitalista) argentino. En síntesis, parecía decir el presentador, la película no vale nada como obra de arte, pero nos dice que los empresarios argentinos tienen la culpa de todo, y por éso está aquí en el Festival. Por la ideología que Quintín cree ver y no por la forma. Esta afirmación que atribuye los comportamientos inescrupulosos, suicidas y asesinos de un management en particular de una compañìa en particular, a todo el empresariado argentino, hace gala de un simplismo más digno de una charla de café entre amigos poco letrados que de un intelectual como él. Mucha tinta corrió tratando de explicar las causas de la crisis argentina, pero ese mismo simplismo adulador de masas que resulta tanto más atractivo cuanto más sencillo y carente de prueba empírica suficiente, es el que proclama hoy el oficialismo político, al demonizar a los capitalistas en general (salvo a los amigos), sin hacer distinción mayor que ésa. Puesto que no hay economía capitalista sin capitales, la afirmación de Quintín equivale a una postura zonzamente revolucionaria, es como decir que la culpa de que el ahorcado se muera es de la ley de gravedad y no de quienes sacan el banco de abajo de sus pies. Es políticamente correcto favorecer a los microemprendimientos, darles muy poco dinero a los muy pobres para que salgan de la pobreza. Pero no lo es favorecer a esos mismos emprededores cuando crecen. ¿Hasta cuando está bien crecer con una empresa? ¿Sólo la primera generación? ¿La segunda ya no?(¿Será esta lectura la del gobierno cuando se alía con Macri padre en desmedro de Macri hijo?) ¿Y qué decir de la tercera? ¿Por qué en la Argentina está bien visto ser emprendedor y mal visto ser empresario? ¿En qué momento se traspasa la frontera entre uno y otro? ¿Cuáles son los límites?
Así como no es cierto que una pelicula sea mala sólo por el hecho de ser producida por Hollywood, y mucho menos que todas las películas producidas por Hollywood lo sean, tampoco lo es que un empresario por crecer y porque le vaya bien, sea corrupto, ni que todos los empresarios lo sean. El mismo error de razonamiento inductivo que en su momento encarnó la frase “algo habrán hecho” y que quedó en la memoria como símbolo de aquellos que justificaban desde la tribuna el terrorismo de estado, presuponiendo que si a las víctimas les había tocado esa suerte, algo tendrían que ver. Esa lógica inferencial que generaliza el juicio de culpable llevándolo de uno o unos individuos enfermos a toda una clase, sector, país, etc., y justifica luego a través de ello acciones sobre toda ese subsistema, es el que se aplica cuando se infiere de un empresario irresponsable, la irresponsabilidad de todo el empresariado. No es una actitud inocente, ni carente de consecuencias para el país en el largo plazo.

Sirva toda esta introducción como marco de análisis. Hablaremos sobre los méritos cinematográficos de la película en la próxima entrada.

lunes, 25 de octubre de 2010

Down with love: Arriba la alegría



Intersección entre cine y burbujas


Título original: Down with love
EE.UU., 2003

Director:Peyton Reed
Guión: Eve Alhert y Dennis Drake
Con Reneé Zellweger y Ewan Mc.Gregor

¿Por qué las comedias tienen que arrastrar el mote de livianas y pasatistas? Es como si a muchos críticos de cine (y a simples espectadores también) les avergonzara decir que disfrutaron una comedia. Como si hubiera dos categorías de películas: las “serias” y las “livianas”. Dentro de las primeras por supuesto encuadran los dramas, las películas de denuncia y los policiales. Las comedias y los films de aventuras o de terror están condenados de antemano a los comentarios del tipo “para pasar el rato” o “una comedia alegre para el que busca pasar un momento agradable” o “para los amantes del género”. Sin embargo, las comedias no sólo están a la altura de los dramas, sino que están por encima. Y les voy a decir por qué: Las comedias no tienen por qué hacerme reir (aunque algunas lo hagan). Porque no es eso lo que las define.

A mí las comedias me hacen más feliz. me alinean con el resto del Universo, y muchas veces dicen cosas mucho más profundas que la más seria de las películas de denuncia. Hubo obras maestras del cine dentro del género: Una Eva y dos Adanes (y todas las de Billy Wilder), las screwball comedies de los años 30 y 40, las de los Hermanos Marx, las de Jacques Tati. Más cerca del presente: Cuando Harry conoció a Sally, Tienes un email, Sleepless in Seattle, La Boda de mi Mejor Amigo, Agárrame si puedes. Las comedias me mejoran el ánimo, me dejan pensando, me instalan una música en la cabeza y me enamoran. Me encanta la sutileza de los actores de comedia clásica más que las mascaradas. Cary Grant más que Jim Carrey. Pero bueno, el tema de la comedia como género da para más de una entrada de blog en sí misma.

Pasemos a Down with Love: Se ha dicho de ella que recrea al pie de la letra las comedias de Doris Day y Rock Hudson y se la ha comparado con el film dramático Far from Heaven (Tod Haynes) . Pero lo único que comparte con él es la obsesión formal por la recreación exacta de la época y de la textura del film. Ambas películas nos retrotraen a una época pasada no sólo por los escenarios o el vestuario, sino por la misma manera de estar filmadas: los colores, los planos, los registros, los títulos. Buscan recrear las sensaciones de esa época desde lo formal y llevan el mote de “posmodernas”, precisamente por este afán de revisitar el pasado con ironía. Sin embargo las críticas de Far from Heaven fueron casi unánimemente excelentes, y las de Down with love la condenan a lo sumo a este lugar de “comedia deliciosa para pasar el rato”.

Por mi parte, encuentro más parecidos con las comedias de los años 30, en los que la batalla de los sexos era el tema (recordemos películas como The Awful Truth, Historias de Filadelfia y La Adorable Revoltosa). En estas películas, previas a la Segunda Guerra Mundial, la mujer buscaba un lugar de igualdad con el hombre, la profesión tenía un papel importante como valor a defender, y la familia no era el único lugar adecuado para la realización femenina. La contraparte perfecta de Cary Grant era Katherine Hepburn.

En Down with Love, Bárbara Novak, el personaje encarnado por Renee Zellweger, es una escritora feminista cuyo primer libro es un éxito de ventas que brinda a las mujeres la llave para la liberación inmediata, y está osando cambiar el orden establecido entre los sexos. En el camino al éxito de Barbara se interpondrá Catcher Block (Ewan McGregor), un periodista mujeriego que buscará destruir el éxito de Novak demostrando que él es capaz de enamorar a la escritora, quien ha declarado que la liberación femenina pasa por la realización personal en el trabajo y el evitar enamorarse, propiciando el sexo casual, tal como –según su visión- lo ejercitan los hombres.

Cuando los enredos van in crescendo y uno empieza a preguntarse cómo hará el guión para salir airoso sin herir susceptibilidades ni caer en lugares comunes, luego de meterse en un tema tan sensible, pega una vuelta más, se enreda otro poco y comienza a desenredarse en un modo brillante e inverosímil. Pero toda la película lo es, así que ... ¿cuál es el problema? ¿Quién dijo que la verosimilitud debe ser un valor?

Zellweger aún no tenía pegado en la cara el mohín que luego caracterizó su sonrisa, mientras que Ewan McGregor se luce en el narcisismo orgulloso de su personaje. Están fantásticos la escenografía, el vestuario, los colores y el tono con el que está tratada la historia, que la vuelven un deleite para los sentidos y el espíritu, como una rica torta de chocolate y dulce de leche, con el mismo sabor que tenía en la infancia, de esas que se disfrutan de comienzo a fin porque son puro deleite.

Para ver sin prejuicios, en un estado virgen del alma.