jueves, 28 de octubre de 2010

Amor sin escalas: Todo lo sólido se desvanece en el aire


Intersecciones entre cine y el mundo del trabajo en las corporaciones del siglo 21.
Título original: Up in the air EE.UU.,
EEUU, 2010
Dirección: Jason Reitman
Guión adaptado: Jason Reitman y Sheldon Turner
Cast: George Clooney, Vera Farmiga y Anna Kendrick

“Amor sin escalas” es un título mal elegido. La traducción literal del título original sería “Arriba en el aire”, que tiene una connotación mucho más rica que la engañosa frase que eligieron aquí. Amor sin escalas no es ni de lejos una película de amor. No es una comedia ni es romántica. Se parece más a un ensayo, a una reflexión sobre el mundo de las corporaciones globalizadas de hoy, y en un nivel más profundo, sobre las máscaras que nos ponemos para movernos cómodamente con nuestra identidad pública, y cómo éstas terminan por separarnos de la tierra y dejarnos en el aire.
Ryan Bingham tiene un trabajo que lo hace viajar por los Estados Unidos de un estado a otro la mayor parte de su tiempo. Él vive esta circunstancia como un regalo: Cada acto de su vida cotidiana  está pensado en favor del millaje de la aerolínea por la que vuela, porque es gracias a ese millaje que accede a una serie de privilegios que le crean la ilusión de poder y distinción. Circula por las salas VIP de los aeropuertos, evita siempre las colas de los check-in gracias a su membresía súper platino y tiene estudiado hasta el más mínimo gesto para ahorrar tiempo y ganar comodidad y lujo en los aeropuertos y en los aviones. Dado que los “no-lugares” (para usar la terminología inventada por Marc Augé para hablar de esos sitios que son iguales en cualquier país del mundo, como los aeropuertos y las habitaciones de grandes hoteles) son su lugar, él construye su identidad a través de ellos, los hace su hogar y los disfruta. Cuando la cámara nos muestra su casa, ésta parece una habitación de un Marriott. Todo está vacío, sin personalización alguna (hasta su placard). A tal punto él ha llegado a “alivianar su mochila” que a veces es contratado para dar conferencias sobre cómo vivir sin cosas, sobre cómo todo lo que necesitamos para vivir cabe en un carry on de los que van con uno en la cabina de los aviones. Esta liviandad implica, por supuesto, no armar familia ni cargar con el peso de compromisos personales que impidan seguir viajando. En algún punto, puede verse como un modelo de desapego de los bienes materiales y de convivencia con valores existenciales más profundos, pero sin embargo, nada parece indicarnos que esa sea la causa de la liviandad de vida de nuestro protagonista
¿Y cuál es el glamoroso quehacer de Bingham que lo hace viajar tanto? La consultora para la cual él trabaja se ocupa de hacer “el trabajo sucio” de las áreas de RRHH en épocas de crisis: despedir gente. Este modelo consiste en que una compañía que quiere reducir personal y desea evitar a los jefes que quedan adentro, el duro momento de tener que decirles a sus colaboradores que están fuera, pueda terciarizar todo el proceso de despidos. Ryan Bingham es uno de los que ejecuta esa desagradable tarea. No lo hace con placer ni con desgano. Simplemente lo hace con eficiencia, sin problematizar su quehacer. La cámara nos muestra las reacciones emocionales de los empleados despedidos, y cómo el trabajo de Bingham consiste en minimizar este momento, disminuir el malestar y “dorarles” la píldora”, haciéndoles ver el despido como una bendición y no como un problema. El despido (o la desvinculación, para hablar con los eufemismos corporativos) es un momento clave en la vida de una persona, y puede ser cierto que –como dicen tantas frases inspiradoras que intentan traducir significados muy profundos y muy presentes en las filosofías orientalee- es una circunstancia de cambio, de los tantos que la vida nos impone a veces, que no es buena ni mala en sí misma, sino sólo en función de la interpretación que le otorguemos. Y a veces puede ser el pasaje a un tramo mucho más rico y más significativo de la vida. Pero este mensaje, cuando es puesto en boca de funcionarios faltos de empatía, y reiterado como una fórmula en manuales del buen despedidor, se transforma en un cliché en el mejor de los casos, o en un mensaje insoportablemente cínico en el peor.
Hay una serie de críticos que proyectan en el personaje de Bingham una valorización negativa. Yo discrepo. Bingham disfruta viajar, y disfruta el poder que el millaje le otorga. Su familia de origen vive en un pueblo completamente perdido y falto de atractivos y es una familia de clase más bien trabajadora. Las millas le permiten crearse la falsa ilusión de importancia y aparecer en ambientes prestados que él cree que son propios. Hay un fuerte contraste entre su poderosa apariencia cuando la película nos lo muestra vistiéndose, preparando su liviano equipaje y atravesando inmune controles, colas y detectores de metales para llegar al asiento de primera clase, y lo que vemos en el casamiento de su hermana, en Omaha. Bingham tiene dos caras. Una es la de su personaje, su máscara, la que él elige mostrar. La otra, la de su familia, la oculta. No se caracteriza por ser un hermano presente. Las cargas familiares no son lo de él. ¿El trabajo sí? Sin embargo, nada nos dice que lo disfrute. Éste es sólo el vehículo para acceder a ese mundo de poder. Simplemente, lo hace, y acepta ese triste rol a cambio de un glamour prestado.
¿Es por todo éso Ryan una mala persona? Hace elecciones a veces sobre algunos valores que no compartimos, pero Bingham no es ni más ni menos que todos nosotros, con sus luces y sus sombras, alguien que va por el mundo descubriéndose y aprendiendo algo de sí mismo en el camino. Quizás las facetas con las que él elige identificarse y forjar su identidad pública no son las más simpáticas… pero en todo caso, ¿quien puede hablar de las propias con total orgullo, y desde qué lugar? Creo que el tono de la película no lo juzga.
Las contrafiguras femeninas son dos: En algún aeropuerto, Bingham se topa con Alex, su alter ego, una ejecutiva con la que parece compartir la visión del mundo y con la que comienza una relación amorosa sin compromisos, y también liviana como el aire. Por otro lado, entra a su vida una colega muy joven, Natalie Keener, que encarna a la vez la amenaza a su mundo (viene a implementar en la compañía un sistema que le va a permitir ahorrar en viajes al poder despedir a la gente por videoconferencia en lugar de personalmente) y los valores que él detesta (llega a su primer viaje cargando una pesada valija). Su invento tecnológico por supuesto asusta a Ryan que teme perder su estilo de vida si deja de viajar. Ella es inexperta, el jefe de Ryan le encomienda la misión de entrenarla y así comienzan a viajar juntos, él “enseñándole el oficio”. Esta es la parte más oscura de la película, y a la vez el nudo. Allí el quiebre en la estructura de Bingham empieza a manifestarse. Por un lado empieza a tomar conciencia de las consecuencias de su trabajo en la vida de las personas, al verse reflejado en Natalie y al presenciar cómo ella sí se hace cargo emocionalmente de aquellos a quienes debe despedir, por lo que la tarea le resulta mucho más devastadora que a él. Por otro lado, comienza a enamorarse de Alex. El final de la película no nos deja lugar para la satisfacción. El personaje logra salir de la crisis original, pero para entonces, esta resolución ya no es solución, porque el problema ha cambiado.
Up in the air es una película como el mundo que retrata: en apariencia light y glamorosa, pero en el fondo, oscura y densa. Por la problemática que encuadra, Jason Reitman está más cerca de Cantet (el director de películas que hablan del mundo del trabajo, como “El empleo del tiempo” y “Recursos Humanos”) que de One Fine Day, la comedia romántica de George Clooney con Michelle Pfeiffer de los 90, con la que marketineramente se ha buscado enlazarla.
George Clooney y Vera Farmiga (estuvo nominada al Oscar por este film) encarnan perfectamente lo que dicen. Nos entregan una actuación sólida y a la vez sutil. Su corporalidad, sus gestos austeros, su minimalismo se llevan de maravillas con las elecciones de vida que hacen, con la soledad y la falta de conexión emocional. Anna Kendrick (la actriz adolescente de la saga “Crepúsculo” que aquí personifica a Natalie) al principio no parece dar el physique du rol de ejecutiva junior de oficina, pero a medida que pasan las escenas va ganando en profundidad y emoción.
La película vale la pena como reflexión sobre el mundo del trabajo en las corporaciones, sobre los dilemas éticos a los que se enfrentan todos los días quienes trabajan bajo el paraguas de una empresa, dilemas que muchas veces ya ni vemos. ¿Acaso es peor desempeñar este trabajo que trabajar en una empresa que transporta combustibles con peligro de contaminar el mar? ¿Y es acaso peor trabajar en un laboratorio farmacéutico que en una empresa que tiene a sus empleados parcial o totalmente en negro? ¿O en una financiera cuyos brokers van a dejar en la ruina a miles de personas cuyos ahorros custodian, persiguiendo un bono personal millonario que en una minera o en una petrolera que eligen eludir determinadas prácticas de seguridad a sabiendas del peligro que conlleva? ¿Sabe cada uno de los trabajadores las elecciones éticas de las empresas en las que trabajan? ¿Sabía el mes antes de la catástrofe, cada trabajador de Enron, de BP, de la minera de Copiapó, que trabajaba en una empresa en la que algunos de sus responsables iba a provocar con sus decisiones un problema para las vidas actuales o futuras de muchos otros? ¿Y en última instancia, en el mundo de las megacorporaciones de hoy, de quién es la responsabilidad del downsizing (y de cualquier otra decisión ética)? ¿Y cuál es el límite? Está muy claro en los casos que nombro más arriba. Pero… con el diario del lunes. ¿Qué otro desastre ecológico, humanitario o económico se está gestando hoy y donde? ¿De quién es la última responsabilidad? ¿De Ryan Bingham, el último eslabón ejecutor? ¿De la consultora en quien las empresas terciarizan los despidos masivos? ¿De la empresa que decide echar gente porque no le dan los costos? ¿ De los bancos? ¿De los gobiernos? De la avaricia del sistema? De todos y de nadie. ¿De quien? Después de Enron, después de la crisis de las hipotecas subprime… ¿qué cambió? ¿ Acaso basta con imponer más controles gubernamentales, que finalmente generarán más negocios para las grandes consultoras, más burocracia y más corrupción? ¿Por qué hay cada vez más personas desencantadas con el mundo corporativo que en los 90 se aparecía tan atractivo? ¿Cuál es el camino que se tiende ante el mundo capitalista post Guerra Fría y post Posmodernidad?

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