Intersecciones entre cine, religión, filosofía y misticismo.
Un hombre serio
Título original: A serious man
EEUU, 2009
Directores: Joel y Ethan Coen
Guión: Joel y Ethan Coen
Cast: Michael Stuhlbarg, Richard Kind, Fred Melamed, Sally Lennick
El decimocuarto Dalai Lama, guía temporal y espiritual del Tíbet, propuesto en 1989 al Premio Nobel de la Paz, ejerce su liderazgo desde el exilio. Uno de sus intereses es el diálogo interreligioso entre Oriente y Occidente. Su libro, “El Universo en un sólo átomo”, ofrece antes del prólogo, una cita de un antiguo escrito budista que dice “En cada átomo de los dominios del universo existen infinitos sistemas solares”. Algo que la película infantil Horton y el Mundo de los Quien (Horton wears a Who, en su título original) supo metaforizar maravillosamente, en la historia de un elefante que quiere proteger a unos seres microscópicos que viven en una partícula, y para los que esa partícula es el mundo, y la voz del elefante que les llega desde el espacio exterior es como la voz de Dios. En esta idea lo que subyace es que todos somos parte de otra cosa mayor, aunque no lo sepamos. En Occidente, es lo que ha empezado a descubrir el pensamiento sistémico. Y que en el fondo, todos somos Uno. Es una idea extraña para la mente laica e iluminista occidental, acostumbrada a dividir, a parcelar, a designar y a categorizar. Pero no lo es tanto para la sabiduría oriental, que a través de distintas aproximaciones místicas, ha llegado a intuir ese Ser Uno esencial.
El decimocuarto Dalai Lama, guía temporal y espiritual del Tíbet, propuesto en 1989 al Premio Nobel de la Paz, ejerce su liderazgo desde el exilio. Uno de sus intereses es el diálogo interreligioso entre Oriente y Occidente. Su libro, “El Universo en un sólo átomo”, ofrece antes del prólogo, una cita de un antiguo escrito budista que dice “En cada átomo de los dominios del universo existen infinitos sistemas solares”. Algo que la película infantil Horton y el Mundo de los Quien (Horton wears a Who, en su título original) supo metaforizar maravillosamente, en la historia de un elefante que quiere proteger a unos seres microscópicos que viven en una partícula, y para los que esa partícula es el mundo, y la voz del elefante que les llega desde el espacio exterior es como la voz de Dios. En esta idea lo que subyace es que todos somos parte de otra cosa mayor, aunque no lo sepamos. En Occidente, es lo que ha empezado a descubrir el pensamiento sistémico. Y que en el fondo, todos somos Uno. Es una idea extraña para la mente laica e iluminista occidental, acostumbrada a dividir, a parcelar, a designar y a categorizar. Pero no lo es tanto para la sabiduría oriental, que a través de distintas aproximaciones místicas, ha llegado a intuir ese Ser Uno esencial.
Hoy estas intuiciones filosóficas, estas vías místicas o espirituales de llegar al conocimiento sobre las preguntas últimas (quien soy, de qué está hecho el Universo, qué es el tiempo), están convergiendo con miradas hasta hace unas décadas situadas en veredas opuestas. El discurso científico y el religioso parecerían estar aproximándose. Uno de los factores que posibilitan este diálogo es el nuevo paradigma de la física cuántica que está sustituyendo al de la física newtoniana, y el paradigma de la nueva ecología que está sustituyendo al de la biología y geología clásicos. Es imposible entender para un lego, los complicadísimos razonamientos matemáticos que sostienen a la mecánica cuántica, pero basta decir, para intuir la enormidad del asunto, que una de sus proposiciones es que algo puede ser dos cosas al mismo tiempo: Un electrón puede ser onda o puede ser partícula…! Pero no sólo eso, sino que puede ser onda y partícula, a la vez, puesto que la definición depende del observador y no de la cosa observada. Este asombroso descubrimiento, que pone patas para arriba todo el conocimiento científico desde los griegos para adelante, nos dice que un principio lógico tan obvio (fijado por Aristóteles, por otra parte) como el del tercero excluido (algo es o no es, y no hay una tercera opción) puede llegar a ser falso.
De todo esto habla la película de los Coen, “Un hombre serio”. Como muchas de las películas de estos hermanos talentosísimos, tiene un tono entre amargo y de humor negro. La historia comienza con un prólogo que nos muestra una escena en yiddish, en una casa de hace siglos, entre un esposo, su mujer y un extraño (que puede ser un ser de carne y hueso, o el dybbuk, espíritu maligno que ha tomado el cuerpo de un hombre muerto tres años atrás… o ambas cosas a la vez). Esta escena no vuelve a mencionarse ni retomarse en el resto de la película y sólo podemos conjeturar cuál es el sentido que los directores quisieron darle: Ahí se introducen con un registro diferente, los mismos temas que se desarrollarán in extenso en el film.
Luego de este prólogo oscuro, y de los títulos, la película abre en la década de 1960, en un suburbio de Minneapolis. La historia se desarrolla dentro de la comunidad judía. El protagonista es Larry Gopnik, un profesor que está entregado a la enseñanza de la Física Cuántica a sus alumnos secundarios (este dato no es menor, por todo lo dicho más arriba). Vemos al principio del film una secuencia de lo que parece ser un examen médico que culmina con el doctor informándole al protagonista que su salud es excelente. Larry es un hombre que en un nivel de análisis, podríamos calificar como apegado a reglas, sumiso, incapaz de rebelarse, y temeroso. El nudo de la historia se va tejiendo a través de los contratiempos que empieza a sufrir, que van pasando de castaño a oscuro: Su hija, obsesionada por operarse la nariz, le roba para pagarse la operación; su hijo de 13 años sufre amenazas mafiosas por una deuda de drogas; su mujer está a punto de dejarle por su mejor amigo; un alumno lo chantajea al mismo tiempo que intenta sobornarlo; su hermano, que vive con él, se dedica al juego y a la pornografía sin que él lo sepa. En un punto clave de la historia, el amante-novio de su mujer muere y él debe pagar su sepelio, más los abogados del divorcio, más las deudas de su hermano. Esto lo pone en aprietos financieros, mientras debe dejar su casa para irse a vivir a un motel. Para colmo de males, alguien está enviando al Comité de la Universidad cartas difamatorias sobre él.
Larry acepta estos inconvenientes con humildad, pero su obsesión es la pregunta sobre el por qué. Por qué a él, que no le desea ni le hizo mal a nadie. En busca de esa respuesta (que no es otra que la respuesta de Dios a la pregunta de Job), empieza a deambular por las oficinas de los rabinos, como cualquiera deambularía hoy por los consultorios de los psicólogos. Su ira no estalla nunca, permanece contenida, su equilibrio emocional bordea el quiebre en un momento, pero lo elude. Nunca se enoja, nunca se queja. Es un alter ego del esposo de la primera escena, que le cuenta a su mujer sólo los lados buenos de todo lo malo que le pasó en el día.
Hay varios niveles de lectura: El religioso, en el que los Coen parecen hablarnos de Job, el personaje bíblico al que Dios somete a toda clase de pruebas para testear su fe. Y multitud de citas bíblicas que el profano pasará por alto, pero que quienes estén versados en los temas de la religión y la iconografía bíblica sabrán captar.
El nivel de análisis psicológico, nos hace preguntarnos por qué Larry no explota nunca, aceptando todo lo que los demás hacen con él con una resignación casi enfermiza. Esta sutil irritación en la que él vive se nos traslada como espectadores, asistimos crispados a sus desventuras. En este nivel, podría pensarse que esta manera de encarar la vida finalmente le jugará una mala pasada, cobrándosela a través de su cuerpo. Que las consecuencias de no expulsar el enojo hacia el mundo resultan en estrés y el estrés –como sabemos- genera consecuencias.
El nivel místico, que resulta en este caso sostenido por el discurso de los rabinos, aparece cuando éstos lo instan a aceptar la vida tal como es dada, sin preguntarse por los designios de Dios, sin hacer preguntas, sin sentirse desilusionado porque el Universo no devuelve con la misma moneda, tal como esperaríamos. Podría decirse que la alusión a la Kabbalah opera en este nivel.
Y por último, el discurso científico, que aparece vehiculizado por el quehacer de Larry como profesor de física cuántica, disciplina que sostiene incluso la visión de los rabinos . La alusión al gato de Schrödinger no es casual. No se trata –como leí en alguna crítica- de la tradicional contradicción entre ciencia y fe, sino precisamente, de su convergencia. El experimento en cuestión (Schrödinger fue uno de los fundadores de la física cuántica) tiene varias interpretaciones. Una de ellas sostiene la posibilidad de la existencia de mundos paralelos, que se abren en cada posibilidad de elección de acción de cada partícula. (Esto, que Borges mismo conjeturó en El Jardín de los Senderos que se Bifurcan y que experiencias con el acelerador de partículas están empezando a hipotetizar). En algunas interpretaciones, estos mundos se anulan unos a otros. Algo de ésto parecería esbozarse (los misterios de la sincronicidad jungiana) cuando sabemos que el accidente en el que pierde la vida Sy y el que sufre Larry ocurren en el mismo momento. ¿Sus vidas estaban interrelacionadas a un nivel cuántico?
El cierre de la película me recordó la historia del caballo de Ozu: Un niño viene apenado ante su padre a contarle que se ha escapado su único caballo, la única riqueza que poseían. El anciano padre le responde “quién sabe?”. Algún tiempo después, el caballo regresa con una yegua. El niño vuelve a contarle a su padre, lleno de alegría. Este le responde “quién sabe”? Unos meses después, el niño, tratando de domar un potro salvajes, se cae y se rompe una pierna, y acude llorando, a ver a su padre. Este nuevamente le responde: “quién sabe”?. Finalmente, vienen del Ejército a reclutarlo, pero no pueden hacerlo porque está con la pierna rota. La respuesta del padre es… “quién sabe?”. Al final del camino, cada pieza del Universo encaja donde debe encajar. Por eso todos los finales son felices.
Al final de “Un hombre serio”, las cosas parecen recomponerse para Larry, pero la película cierra con un llamado del médico pidiéndole lo vaya a ver lo antes posible para conversar sobre el resultado de las radiografías. ¿Entonces la escena de apertura con el mismo médico diciéndole que los resultados estaban bien..., era falsa? ¿Ambas eran posibilidades? ¿Ambas eran reales en diferentes niveles? ¿Las desventuras de Larry no terminaron? ¿Terminan algún día? ¿Podemos respirar tranquilos mientras caminamos por la vida?
Una película interesante, que en mucho recuerda el humor de Woody Allen cuando retrata la comunidad judía americana. En este caso no es Nueva York sino una ciudad del Midwest. Un tono que no termina de decidirse si es de sátira o de melancolía, de comedia negra, de drama o de retrato sociológico. Un nivel filosófico de una profundidad mística relatada en clave de hombre común.
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