jueves, 28 de octubre de 2010

Whisky Romeo Zulú: La película sobre el accidente de LAPA, o apuntes de una tragedia anunciada


Intersecciones entre cine, ética y política

Argentina, 2003
Dirección: Enrique Piñeyro
Guión: Enrique Piñeyro
Fotografía: Ramiro Civita
Protagonizada por: Enrique Piñeyro, Mercedes Morán, Alejandro Awada, Adolfo Yanelli, Carlos Portaluppio, Martín Slipak.



Dirigida, escrita, y protagonizada por Enrique Piɦeyro, Whisky Romeo Zulú (WRZ, el código del avión caído en Aeroparque en 1999) nos pone en la piel de Piñeyro-real, contado por el Piñeyro-guionista, encarnado en el Piñeyro-actor y dirigido por el Piñeyro director. El montaje va paralelizando con distinta suerte cuatro momentos diferentes: la infancia del personaje, que explica su vocación y su tardía historia de amor, su vida en los años/meses previos a la tragedia, los momentos anteriores al despegue fatal y la investigación judicial posterior. Este juego de montaje y de diferentes tiempos narrativos, se realiza exitosamente, mantiene la atención y el foco en todos ellos y no aburre ni pega saltos inverosímiles, aunque no todas las líneas tengan el mismo peso.

Las líneas que cuentan los años previos a la tragedia en LAPA, y los momentos anteriores al despegue, son a mi juicio, las más logradas. La línea que recorre su infancia y su aventura amorosa con la gerente de Relaciones Públicas me parece la más floja, porque por un lado desenfoca del tema central, ético-político, y por otro, porque me parece que no queda bien retratado, paradójicamente, Piñeyro mismo. Si esa historia no es real, nada tiene que ver mezclar denuncia con ficción, no le agrega valor. Si lo es, bastante herido debe de haber quedado sentimentalmente el realizador, como para tener que aprovechar un thriller político de aristas sumamente dolorosas, para contar a los cuatro vientos, una historia que había nacido para quedar entre sus protagonistas y que nada agrega al hilo central del argumento.

Es verdad que los ejes sobre los que crece la historia son siempre dilemas éticos: como en El Informante (el film sobre las empresas tabacaleras que protagonizaron hace unos años Russel Crowe y Al Pacino) , el personaje se ve empujado a tener que elegir entre el amor y la causa que defiende, entre la lealtad a la empresa para la que trabaja y la lealtad a la sociedad a la que pertenece (a la que se le debe salud, seguridad, información). Al igual que en aquella película, un investigador es víctima de comportamientos mafiosos que lo sitúan ante otro dilema entre la seguridad de su familia y el deber. En ambos casos el protagonista se ve amenazado por el sistema mismo que lo transforma de acusador en acusado (de romper la ley en aquel caso, de insanía en WRZ).

A pesar del afán autorreivindicatorio del director, la historia está bien contada. Si bien creo que narrar esta historia fue su manera de tomarse revancha de todos, puesto que el único que sale bien parado es él, en sus películas posteriores maduró, saliendo del motor del duelo personal para encarar su carrera cinematográfica en serio. Difícil de encasillar genéricamente, armada como un ensayo mezclado con thriller político en clave de tragedia, con historia de amor en el medio, las piezas se van sumando y uno va sabiendo por qué el ex piloto tenía razón al anunciar la fatalidad del desenlace en su famoso memorandum. Como en toda tragedia, los personajes no pueden escapar a su destino, cuya urdimbre en este caso es la corrupción, el afán de lucro a costa de la seguridad, el temor a perder el empleo, las luchas de poder inter e intra-gremiales, la desidia, etcétera. “Y bueno viejo, es la Argentina”, le dicen todos a Piñeyro-piloto como si eso fuera suficiente para lavar culpas, como si la argentinidad definida como sistema, como la congregación de estas circunstancias nefastas, fuera el destino mismo del que no se puede escapar. La explicación estructural como antesala del “no se puede hacer nada, somos todos víctimas”, la generalización sin análisis que años después lleva a generar el grito de “que se vayan todos”. ¿Qué quieren decir esas consignas? ¿A donde nos han conducido, y nos siguen llevando?
La asunción más absoluta de la resignación no necesariamente implica no hacer nada. Sólo implica pensar siempre que la culpa está afuera, es del otro. Y por ende, que las únicas acciones posibles son las quejas, en forma de manifestación, piquete, escrache o lo que fuere. Con la enferma ilusión de que estamos haciendo algo. Cuando la resignación toma la forma de la acción surge el grito “que se vayan todos”, y es paradójico que sea el grito último de la víctima, porque si se van todos… ¿quien queda, excepto yo mismo?

La película se constituye así en un necesario alegato contra esa forma de pensar la política y el hacer empresa, contra el desprecio por la vida por parte de los funcionarios y ¿profesionales? involucrados de LAPA, y de los organismos de control gubernamentales, contra la inercia y la indiferencia oficial una vez más en un tema sensible como la inseguridad, ahora no ya en la calle (o sí) sino en el aire, y gana sus mejores momentos precisamente cuando muestra lo que sucedía –y aún puede suceder- tras del mostrador de las empresas a la que entregá(ba)mos nada más y nada menos que nuestras vidas por un rato. Es un tema que se reactualiza constantemente, hoy más que nunca, con cada tragedia evitable, en las que la sinrazón, la estupidez, la arrogancia, la omipotencia y el afán de lucro irresponsable, se conjugan para generar accidentes aéreos, caos aeroportuarios, cromagnones o, derrumbes.
No es una película triste, no tiene golpes bajos ni escenas truculentas. Pero no por ello es menos fuerte. Es para salir del cine con bronca y con la piel de gallina.


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