Podría resumirse muy esquemáticamente el universo del discurso feminista en dos líneas de pensamiento: La primera ha discutido con razón la discriminación de todo tipo que coloca a la mujer en un lugar secundario y subordinado en las estructuras de poder y en el imaginario cultural que le asigna un rol social unívoco como guardiana no remunerada de la reproducción de la fuerza de trabajo, o dicho en términos más fáciles, como ama de casa. Esta primera línea de pensamiento feminista -a la que llamaremos "universalista" - discute la marginación femenina desde un lugar de pretensión de abandono de toda diferencia entre los sexos. En un abstraccionismo que considera al individuo como un puro sujeto pensante y finalmente neutro, independiente de las determinaciones sexuales. Este igualitarismo abstracto es necesario como punto de partida -lo era hace décadas y lo sigue siendo de hecho en muchos ámbitos- para plantear la pertinencia de la igualdad de derechos en campos como el político o el jurídico. Simone de Beauvoir es la más popular de las feministas "universalistas".
Pero el universalismo no es suficiente. Lo sería si la realidad coincidiera al final con la teoría por la que este feminismo aboga. En los hechos, el tránsito no es tan sencillo y se siguen dando multitud de desigualdades. Si desapareciese la categoría “mujer” del análisis, las mujeres en tanto tales no podrían expresarse para defender su estatus social, o para promover derechos específicos. ¿Cómo hacer entender al mundo que una categoría es víctima de una desigualdad si esa categoría es per se, ilegítima o inexistente? Por otra parte, la negación de la bipolaridad nos arroja a un esquema unipolar donde -siendo imposible representar a los individuos como asexuados -desde el lenguaje hasta lo visual, no se puede aludir a una persona sin determinar primero si es hombre o mujer- se termina representando la categoría ser humano como masculina, simplemente por default. Dios no es hombre ni mujer, pero se lo representa como un hombre barbado y se habla de Èl. El lenguaje nos constituye. La diferencia de los sexos se anula, pero susbsiste por debajo como una jerarquía no visible e implícita, lo que -en las mentalidades políticamente correctas del mundo contemporáneo- puede terminar siendo más dañino que el sexismo abierto. El desconocimiento de lo mixto reemplaza uno en lugar de los dos y siempre termina siendo lo masculino el ideal a alcanzar. Las mujeres valorizan sus logros de acuerdo con cualidades percibidas como valores por el imaginario masculino: la audacia, la actividad, la frialdad, la libertad de no concebir, en contraposición a las cualidades tipicamente femeninas: la pasividad, la sensibilidad, la sujeción a la naturaleza. El yang por sobre el yin.
En cambio, si se acepta la bipolaridad, y la imposibilidad del sujeto neutro, se debe optar por lo masculino o lo femenino (como géneros culturalmente determinados, se entiende). Aparece entonces, casi como una evolución necesaria en los estudios y en la práctica feminista, una visión "diferencialista”, en oposición a la "universalista" definida anteriormente. Bajo este esquema, las supuestas "virtudes" femeninas, deshechadas y vergonzantes según la visión anterior, se ven bajo una nueva luz: No como algo de lo que sea necesario desprenderse, o renegar, para alcanzar el éxito en el mundo exterior, sino como algo diferente pero no por ello malo. Algo que agrega y no que quita. Se reivindican la intuición frente a la razón, la libertad de concebir frente a la anterior de no hacerlo (las madres solteras, revestidas de un respeto que antes era desprecio, desplazan a la ejecutiva soltera del panteón del éxito) , la sensibilidad, las emociones, y la preocupación por los demás frente a la frialdad y el éxito a cualquier precio. Esta aceptación de los valores tradicionalmente femeninos es un regreso, como su negación era la ida. Estamos de nuevo en el punto de partida, pero mucho hemos mejorado en el camino.
Valgan estos párrafos como introducción al tema del feminismo en el cine, antes de adentrarnos en el análisis de una película que bajo la apariencia de la más absoluta de las frivolidades y de los más conservadores de los valores, habla de todo ésto sin sacrificar la profunidad ni el cine: Legalmente Rubia (Legally Blonde, 2001). Tema de la siguiente entrada.
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